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La ciencia asedia al cáncer de mama

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Diciembre de 2008. La madre de Aleisha Hunter, una niña canadiense de solo dos años de edad, detecta en el pecho de su hija un bulto del tamaño de un guisante. Alarmada, la lleva al médico. Diagnóstico: inflamación de los ganglios linfáticos, causada por una infección. Pero la cría pierde el apetito, el bulto crece y le duele hasta impedirle dormir. Una noche, su madre la lleva a urgencias del Hospital para Niños Enfermos de Toronto, en Canadá. La resonancia magnética y la biopsia no dejan lugar a dudas: Aleisha tiene cáncer de mama, lo que la convierte en la paciente más joven del mundo conocida en sufrir la enfermedad.

La pequeña fue sometida de inmediato a una mastectomía y se le extrajeron dieciséis nódulos linfáticos para comprobar si existía metástasis. Por suerte, el tumor no se había expandido, y la cría regresó sana y salva a casa. El suyo fue un caso excepcional, todavía difícil de explicar para los facultativos, dado que esta dolencia afecta principalmente a mujeres por encima de los treinta años. Se inicia en los tejidos cargados de hormonas sexuales femeninas, que se secretan a partir de la pubertad.

Una dolencia letal camino de hacerse crónica
La buena noticia es que las víctimas que se cobra este mal disminuyen a un ritmo sostenido, aunque continúa siendo laprimera causa de muerte por tumores malignos entre las mujeres. Representa el 25 % de los cánceres femeninos en todo el mundo, pero los constantes progresos, tanto en su diagnóstico como en su tratamiento, han permitido que el número de afectadas que siguen con vida cinco años después de que les detecten un cáncer de mama ronde el 90 %. Es algo que los expertos ni siquiera se atrevían a soñar hace tres décadas. El enemigo comienza a tambalearse.

Y podría besar la lona si prosigue la tendencia del combate: la Asociación Española contra el Cáncer estima que la tasa de supervivencia aumenta un 1,4 % anual. Esta dolencia tan letal puede convertirse en crónica y controlable.

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Especial Cáncer de Mama
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Los especialistas coinciden: el arma más poderosa con la que contamos en esta guerra es la prevención. Sobre todo a medida que vamos conociendo más detalles sobre los factores de riesgo y cómo influyen nuestros estilo de vida y hábitos en la incidencia del cáncer de mama. En este sentido, ha sido fundamental un proyecto surgido en el año 2003 en el Instituto Nacional de Ciencias de Salud Ambiental de EE. UU. El llamado Estudio de hermanas partió de un hecho comprobado: en promedio, las mujeres con una hermana que haya padecido o padezca este cáncer tienen el doble de riesgo de desarrollarlo a su vez.

El trabajo recopiló datos de más de 50.000 mujeres estadounidenses y puertorriqueñas de entre 35 y 74 años que tuvieran al menos una hermana a la que se le hubiera diagnosticado este tumor. Dado que las participantes en la investigación compartían genes y habían crecido en el mismo entorno, el estudio podía precisar qué factores de riesgo llevaban a que unas fueran víctimas de la enfermedad y otras no.

La obesidad y el sedentarismo allanan el camino al tumor
Gracias al análisis de estas 50.000 personas, el conocimiento sobre los hábitos y actividades que aumentan las posibilidades de tener un tumor de mama ha dado pasos de gigante, y se ha disparado el número de estudios sobre los diferentes factores de riesgo. Un artículo de la revista Cancer se basó en estos datos para probar la relación entre la acumulación de grasa corporal y la probabilidad de sufrirlo. El texto se refería a la adiposidad abdominal, la más perjudicial para la salud.

Otro trabajo, publicado el año pasado en el International Journal of Cancer, reveló que las mujeres expuestas a la gasolina y otros productos derivados del petróleo son más propensas a desarrollar este cáncer. Y un tercer estudio realizado a partir de los datos de las hermanas y dado a conocer en BMC Cancer desveló que el consumo de antiinflamatorios no esteroides –paracetamol, ibuprofeno…– y de aspirina reduce el peligro en las mujeres premenopáusicas.

El Estudio de hermanas también ha demostrado que el ejercicio físico ayuda a mantener la dolencia a raya. Sus datos revelan que las mujeres con tres cuartas partes o más de su historial laboral basado en trabajos activos disminuyen en un 28 % el riesgo de tener cáncer de mama. Otras investigaciones recientes han cuantificado que las que practican deporte de diez a diecinueve horas por semana lo aminoran un 30 %, tanto si realizan un ejercicio intenso como si es moderado; por ejemplo, caminar a paso ligero.

Lucha contra el cancer de mama
La alimentación también juega un papel importante en la prevención. Un proyecto a gran escala liderado por la Universidad de Navarra señala que la dieta mediterránea reduce hasta en dos tercios la probabilidad de desarrollar un tumor mamario, más que otras dietas saludables y bajas en grasas. Eso sí, siempre y cuando nuestros menús sean ricos en aceite de oliva virgen extra, que debe aportar al menos el 15 % de la energía ingerida.

Tener el colesterol por las nubes tampoco ayuda. Científicos de la Universidad Duke, en EE. UU., han probado que un metabolito abundante en esta sustancia grasa, denominado 27HC, puede propiciar el surgimiento de células malignas en los senos. También se ha constatado un riesgo en las personas infectadas por el virus de Epstein-Barr, que pertenece a la familia de los herpesvirus y causa mononucleosis, la llamada enfermedad del beso, ya que a menudo se propaga por la saliva.

Cuidado con las copas
Pocas cosas acercan más a las mujeres al cáncer de mama que dos hábitos cotidianos muy extendidos: beber alcohol y fumar. Diversas investigaciones indican que hay una relación directa entre lo primero y la enfermedad. Un aumento diario del consumo de alcohol de solo diez gramos eleva en un 4 % la probabilidad de recibir el temido diagnóstico. Para que nos hagamos una idea, esto implica pasar de una copa de vino o una cerveza al día a dos. Un cambio que parece insignificante y puede hacer mucho daño. El grado de peligro también depende de los años de consumo. Cuantos más sean, peor, sobre todo si se empezó antes del primer embarazo.

Si además de beber con asiduidad fumas, el tumor lo tiene más fácil. Estudios recientes basados en datos de 150.000 mujeres recabados de 1976 a 2006 revelan que fumar antes de la menopausia y de dar a luz podría aumentar la incidencia del mal. El humo del tabaco contiene sustancias cancerígenas, como las aminas aromáticas y los hidrocarburos aromáticos policíclicos.

Con todo, ni siquiera una mujer con un estilo de vida modélico está libre de peligro, porque el cáncer de mama tiene un componente hereditario muy poderoso. Sobre todo cuando aparecen mutaciones en los genes BRCA1 y BRCA2, detectables mediante una sencilla prueba. Estos genes producen proteínas supresoras de tumores que ayudan a reparar el ADN dañado y asegurar la estabilidad del material genético de las células. Cuando uno de ellos sufre una mutación, ya no produce su proteína o funciona mal, y las células tienen más posibilidades de sufrir alteraciones que pueden causar una neoplasia.

La duda surge de inmediato: ¿qué medidas conviene tomar cuando el test da positivo? La actriz Angelina Jolie no titubeó cuando descubrió en 2013 que portaba estas alteraciones genéticas. Se sometió a una doble mastectomía preventiva para evitar un futuro cáncer de mama, enfermedad que ya se había cobrado la vida de varias mujeres de su familia. Este caso tan mediático disparó el número de mastectomías bilaterales, que ya venían creciendo: se han triplicado en la última década.

Reducir la cantidad de estrógeno ayuda
Muchas mujeres que han superado la enfermedad optan por eliminar sus dos mamas en el quirófano para minimizar la posibilidad de una recaída, pero los estudios médicos no han demostrado que este procedimiento radical resulte efectivo como prevención contra la vuelta de la dolencia. Otras prácticas sí lo son, como vamos a ver.

Cuando el cáncer de mama es positivo para receptores de estrógeno –y alrededor del 80 % lo son–, la terapia hormonal preventiva funciona. Dicho de otro modo, no hay nada tan eficaz contra el resurgimiento de estos tumores como tomar fármacos que les paren los pies a los estrógenos, las hormonas sexuales femeninas. Así lo ha probado un estudio basado en datos de 1.918 pacientes que habían padecido cáncer mamario. Se les administró durante una década letrozol, un inhibidor de aromatasa que disminuye la cantidad de estrógeno que produce el organismo. Esto puede retardar o detener el crecimiento de algunos tipos de células malignas de seno que necesitan estrógeno para crecer. Consecuencia: la recurrencia de la enfermedad se redujo en un 34 % respecto a quienes no tomaban esta sustancia.

Una vez que el cáncer irrumpe en un seno, no hay que dar nada por perdido. Sobre todo si se descubre pronto y se extirpa el tumor en sus estadios iniciales. De ahí que cada vez sean más los grupos de investigación empeñados en mejorar las técnicas de diagnóstico. A las clásicas mamografías les empiezan a salir competidores basados en la tomografía computarizada. Es el caso de una propuesta del Laboratorio Europeo de Radiación Sincrotrón, en Grenoble (Francia), que ha ideado una técnica basada en la tomografía y en rayos X de alta energía para obtener imágenes 3D. Utiliza una dosis de radiación veinticinco veces menor que la de las clásicas mamografías de dos dimensiones que hoy se emplean en los hospitales.

Tecnología al rescate
Las nuevas técnicas fotoacústicas constituyen otra alternativa prometedora. Aprovechan que los tejidos alcanzados por pulsos de luz cortos y de alta energía generan ondas ultrasónicas que permiten mapearlos para encontrar, por ejemplo, signos de angiogénesis; es decir, de la formación de nuevos vasos sanguíneos, un proceso típico en la aparición de un tumor.

Si se llega tarde para que sea eficaz la cirugía o si se sospecha que pueden haber quedado células tumorales tras la intervención, se recurre a la radioterapia y la quimioterapia. Salvan muchas vidas, pero ejercen su labor destructiva tanto sobre las células malignas como sobre las sanas. Esto explica sus múltiples efectos secundarios: náuseas, vómitos, falta de apetito, alteración del gusto, caída del cabello, anemia por destrucción de glóbulos rojos, descenso de los leucocitos que nos protegen de infecciones, aumento del riesgo de hemorragia por el bajón de plaquetas, picor y sequedad en la piel, lesiones nerviosas que provocan hormigueo en brazos y piernas, pérdida de fuerza y destreza manual, reducción de la fertilidad, descenso de la libido…

A la vista de estas consecuencias indeseadas, no es de extrañar que uno de los santos griales de la oncología sea encontrar fármacos que actúen específicamente contra las células cancerosas sin afectar a las sanas. Es lo que se conoce como terapia dirigida, e incluye fármacos genéricos como el trastuzumab, una versión artificial de un anticuerpo del sistema inmunitario que se usa en cánceres de mama HER2 positivos, tendentes a propagarse de forma muy agresiva.

Un tumor acorralado desde todos los frentes
Estamos descubriendo a marchas forzadas los puntos débiles del cáncer de mama, tan común entre las mujeres y tan raro entre los varones (les afecta en menos de un 1 % de los casos). Van apareciendo tratamientos eficaces, pero todavía no hemos comprendido del todo cómo funcionan esos remedios a nivel celular. Este verano, el doctor Daniel Ryan, de la Universidad Nacional Australiana, publicó una investigación en la que identificaba un grupo de proteínas que podría ser la clave para desentrañar cómo surge y actúa el cáncer. Es solo uno de los muchos estudios que están poniendo en jaque a una enfermedad que podría convertirse en crónica gracias a los nuevos hallazgos.

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