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El hombre que puede destronar a Trump

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Por: Salvador Cosío Gaona

Joe Biden es la persona que se interpone en el camino de Donald Trump. Para sus seguidores, es un experto en política exterior con décadas de experiencia en Washington, un dotado orador cuyo encanto llega con facilidad a la gente común y un hombre que ha superado con valor terribles tragedias personales. Para sus detractores, es un desfasado miembro del establishment con tendencia a cometer pifias vergonzosas (que además tiene una preocupante afición por estar oliendo el cabello de las mujeres). Lo cierto es que si las elecciones presidenciales en los Estados Unidos de América del Norte fueran hoy, el ganador sería Joe Biden.

El candidato demócrata tiene una larga trayectoria haciendo campañas electorales. Su carrera en Washington empezó en el Senado en 1973 (hace 47 años) y su primer intento de llegar a la presidencia data de 1987 (hace 33 años).

Como orador tiene un talento natural para conquistar a los electores pero es también una bomba de tiempo, siempre a una frase de distancia del desastre.

Esa tendencia a dejarse llevar mientras hablaba frente a una multitud puso fin a su primera campaña presidencial (esta es la tercera) antes de que esta empezara.

En los mítines empezó a decir «Mis antepasados trabajaban en minas en carbón en el noreste de Pensilvania» y aseguraba que estaba molesto porque ellos nunca tuvieron en la vida las oportunidades que merecían.

Pero ninguno de sus antepasados había sido minero. Él se había robado esa frase (y muchas otras) de un discurso del político británico Neil Kinnock, cuyos familiares realmente habían trabajado en las minas.

Y esa fue apenas la primera de muchas frases que han terminado por ser conocidas como las «bombas de Joe».

Presumiendo de su experiencia política en 2012 le dijo a una multitud confundida: «Amigos, les puedo decir que he conocido a ocho presidentes, tres de ellos de forma íntima», sugiriendo accidentalmente que había tenido sexo con los mandatarios y no simplemente que había sido un amigo cercano de ellos.

Como vicepresidente de Obama en 2009 causó alarma entre los ciudadanos al decir que había un «30% de probabilidades de equivocarnos» con la economía.

Y es que quizá Biden fue afortunado de haber sido escogido como el compañero de fórmula del primer presidente negro, tras describirlo como «el primer afroestadounidense corriente que sabe expresarse, es brillante, limpio y bien parecido». 

Pese a ese comentario, el apoyo a Biden entre los afroestadounidenses ha sido muy alto durante la actual campaña presidencial.  Sin embargo, una aparición reciente en un programa de radio conducido por el presentador negro Charlamagne Tha God rápidamente derivó en un desastre, luego de que dijo: «Si tienes problemas para decidir si me apoyas a mí o a Trump, entonces no eres negro».

Esa frase desató una tormenta en los medios que puso a su equipo de campaña a trabajar desesperadamente para intentar mitigar la impresión de que Biden daba por asegurados los votos de los afroestadounidenses.

Es fácil ver por qué un periodista de la NY Magazine escribió el año pasado que la posibilidad de que «Biden improvise un discurso es algo que todo su equipo de campaña parece estar concentrado en evitar a toda costa».

La otra cara de sus habilidades (y deficiencias) oratorias es que en un mundo de políticos autómatas que escupen discursos cuidadosamente armados, Biden luce como una persona verdadera.

Dice que el recuerdo de su tartamudez infantil hace que no le guste leer los discursos de un apuntador electrónico y, en lugar de ello, habla de memoria.

Biden es capaz de llevar hasta la histeria un mitin con obreros estadounidenses con un discurso improvisado y luego unirse a la multitud, dando apretones de mano, palmadas en las espaldas y posando para selfies como una estrella de rock canosa. 

«Él los junta y los abraza verbalmente y, a veces, físicamente», dijo John Kerry, ex secretario de Estado y excandidato presidencial, a la revista New Yorker.

«Es un político muy de contacto. Y lo es de verdad. Nada de esto es fingido», agregó.

Pero, justamente, lo «sobón» que se pone también se ha vuelto una fuente de problemas.

El año pasado, ocho mujeres acusaron a Biden por toques, abrazos y besos inapropiados, mientras que la televisión estadounidense transmitiera videos que lo mostraban saludando mujeres en eventos públicos con gestos de mucha proximidad física, lo que -en ocasiones- incluía oler sus cabellos. En respuesta, Biden se comprometió a «tener más cuidado» en sus interacciones.

No obstante, en marzo, Tara Reade denunció que él la había puesto contra una pared y la había agredido sexualmente hace 30 años, cuando ella trabajaba como asistente de su oficina en Washington.

Biden negó la acusación y su equipo de campaña emitió una declaración negando lo ocurrido.

En defensa de su candidato presidencial, los demócratas señalarán que más de una decena de mujeres han acusado al presidente Trump de varios actos de agresión sexual pero ¿se puede reducir este tipo de asunto a una cuestión meramente numérica?

Desde la aparición del movimiento #MeToo, los demócratas -incluyendo a Biden- han insistido en que la sociedad debería creer a las mujeres. Cualquier intento de minimizar las acusaciones en su contra dejará a muchos activistas en una posición muy incómoda.

En una entrevista reciente en televisión, Reade acusó a miembros del equipo de Biden de «decir cosas realmente horribles sobre mí y a mí en redes sociales». Reconoció que Biden directamente no había hecho estas cosas pero acusó a su equipo de campaña de hipocresía.

Pese a lo problemático que ha sido en el pasado, sus partidarios esperan que el estilo de Biden -menos lejano y distante, más cálido con la gente común- evite que caiga en la misma trampa que muchos candidatos demócratas anteriores.

Tiene una enorme experiencia en Washington, con unas tres décadas en el Senado y ocho años como vicepresidente de Obama. El problema es que este tipo de currículo largo no siempre ayuda.

Al Gore (ocho años en la Cámara de Representantes, ocho años en el Senado y ocho años como vicepresidente), John Kerry (28 años en el Senado) y Hillary Clinton (ocho años como primera dama y ocho años en el Senado) fracasaron cuando intentaron derrotar a candidatos presidenciales republicanos con menos experiencia.

Los seguidores de Biden esperan que su carácter más centrado sirva para que él no corra la misma suerte.

En más de una ocasión, los estadounidenses han demostrado que votarán por el candidato que afirma no ser alguien con experiencia en Washington sino más bien por quien se postula a la Casa Blanca prometiendo sacudir el establishment político.

Y eso es algo casi imposible de prometer para Biden, después de pasar casi medio siglo en la política de alto nivel. De hecho, su dilatada experiencia podría ser usada en su contra. 

Biden ha estado implicado o ha fijado posición acerca de cada gran evento ocurrido en las últimas décadas y algunas de esas decisiones podrían no lucir bien en el actual clima político.

En la década de 1970, se puso al lado de los segregacionistas del sur al oponerse a la práctica de enviar a los niños en buses a escuelas en otros barrios con el fin de integrar racialmente las escuelas públicas. Esto ha sido el motivo de repetidos ataques en su contra durante esta campaña.

A los republicanos les encanta señalar que Robert Gates, el ex secretario de Defensa de Obama, dijo que «es imposible que a alguien no le guste» Biden pero que ha estado «equivocado en casi todos los grandes temas de seguridad nacional y de política exterior ocurridos en las últimas cuatro décadas».

El aspirante presidencial demócrata puede esperar tener que hacer frente a muchas más cosas de este estilo a lo largo de la campaña.

Tristemente para Biden una de las razones por las cuales parece menos distante que muchos políticos es debido a que él ha sido tocado por algo que nos afecta a todos: la muerte.

Mientras se preparaba para juramentarse, poco después de ganar su primera elección al Senado, su esposa Neilia y su hija Naomi murieron en un accidente de auto, en el que también resultaron heridos sus dos hijos, Beau y Hunter.

Beau murió en 2015, a los 46 años de edad, a causa de un cáncer cerebral.

Perder a tantas personas jóvenes cercanas a él ha hecho de Biden alguien con quien muchos estadounidenses pueden simpatizar al ver que él -pese a su poder político y riqueza- es alguien que ha sido tocado por algunos de los mismos horrores de la vida que ellos enfrentan.

Pero hay una parte de su historia familiar que es muy distinta: la de su otro hijo Hunter, quien se convirtió en un abogado y en un cabildero antes de que su vida personal se saliera de control. 

En sus documentos de divorcio, su primera esposa mencionó uso de drogas y alcohol, así como locales de striptease. Además, Hunter fue expulsado de la reserva de la Fuerza Naval de EE.UU. luego de dar positivo en una prueba de uso de cocaína.

En una entrevista con la revista New Yorker, admitió que una vez recibió un diamante de un multimillonario chino del sector energético que, posteriormente, fue investigado por las autoridades en Pekín bajo acusaciones de corrupción.

La forma cada vez más pública en la que Hunter ha combinado su vida privada (el año pasado se casó por segunda vez, una semana después de conocer a su nueva esposa) mientras gana grandes cantidades de dinero ha generado muchos titulares negativos para su padre.

Muchos estadounidenses pueden sentir empatía por alguien que ha estado luchando con problemas de adicción, pero el hecho de que él ha mantenido al mismo tiempo empleos tremendamente lucrativos subraya cuán distinta puede ser la vida para miembros de la elite política como los Biden.

Parte de ese trabajo bien remunerado tuvo lugar en Ucrania, lo que llevó al presidente Trump a supuestamente intentar presionar al mandatario de ese país para que investigara a Hunter por unas acusaciones de corrupción.

Esa llamada telefónica llevó al reciente y fallido intento de hacer un impeachment contra Trump para destituirlo de su cargo. Un enredo político en el que Biden probablemente no habría querido verse inmerso.

Un escándalo en el extranjero es particularmente dañino para Biden, dado que una de sus fortalezas es su experiencia diplomática. Él estuvo al frente del comité de Relaciones Exteriores del Senado y presume de que ha «conocido a todos los líderes importantes del mundo en los últimos 45 años».

Mientras esto garantiza a los votantes que él tiene experiencia para ser presidente, es difícil saber qué efecto tendrá sobre los votantes su desempeño en esa área.

Como muchas de sus políticas, este podría ser descrito como moderado.

Biden votó en contra de la Guerra del Golfo en 1991, luego a favor de la invasión de Irak en 2003, aunque luego se convirtió en un crítico de la implicación de Estados Unidos allí.

Naturalmente cauteloso, recomendó a Obama no realizar la operación de las fuerzas especiales que culminó con la muerte de Osama Bin Laden.

Irónicamente, parece que el líder de Al Qaeda no tenía en gran valía a Biden. Documentos obtenidos y divulgados por la CIA revelan que Bin Laden ordenó matar a Obama pero no a su entonces vicepresidente, dado que creía que «Biden carece totalmente de la preparación para el cargo (la presidencia), lo que llevará a Estados Unidos a una crisis».

Las posturas de Biden tampoco encajan muy bien con las de muchos activistas jóvenes del Partido Demócrata, que prefieren a políticos con posturas antibélicas más fuertes como Bernie Sanders o Elizabeth Warren.

Al mismo tiempo, resulta demasiado moderado para los muchos estadounidenses que celebraron la decisión de Trump de matar en enero en un ataque con drones al general iraní Qasem Soleimani.

Gran parte de su programa político tiene una cariz similar: difícilmente animará a muchos activistas de su partido pero, según él espera, será suficientemente moderado para lograr el respaldo de los electores indecisos.

Según estos cálculos, él no necesita que los electores voten con entusiasmo. Simplemente necesita que lo hagan por él.

De forma constante las encuestas han estado dando a Biden una ventaja de entre 5 y 10 puntos por encima de Trump en la carrera por la Casa Blanca. Sin embargo, como las elecciones están previstas para noviembre, aún queda un largo camino que recorrer, en el que seguramente habrá más de una dura batalla.

Ambos candidatos ya han chocado por sus posturas ante la ola de protestas por la violencia policial en contra de los afroestadounidenses, así como por el manejo que ha hecho el gobierno de la pandemia del coronavirus.

Incluso el uso de mascarillas se ha convertido en un tema político, en el que Biden parece hacer un esfuerzo para ser fotografiado usándolas mientras Trump ha asumido la postura contraria. Pero, más allá de las pequeñas peleas y del manejo de imagen propio de las campañas electorales, en esta competencia hay muchas cosas importantes en juego.

Si Biden gana, será el momento de coronación para una larga y ajetreada carrera política; si pierde, le dará cuatro años más en la Casa Blanca a un hombre de quien él piensa que «carece totalmente de las condiciones para ser presidente de Estados Unidos», alguien en quien simplemente «no se puede confiar».

Hace unos pocos años, al evaluar sobre si participaba o no en la carrera presidencial de 2016, Biden dijo: «Puede morir como un hombre feliz sin ser presidente». Ese ya no es el caso.

*Con información de agencias 

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@salvadorcosio1

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