Terminado el verano los gimnasios empiezan a recibir peticiones de aquellos, que, gracias a la tranquilidad y los chiringuitos, nos hemos echado unos pocos kilos de más encima. Y también es tiempo de esas dietas maravillosas que te prometen perder un puñado de kilos en poco tiempo sin pasar hambre.
Claro que una cosa es hacer dieta y otra malnutrirse, que es lo que sucede con muchas de esas dietas milagrosas. Casi al mismo tiempo empezamos a escuchar anuncios sobre remedios milagrosos contra esa obsesión de nuestra época de no querer parecer modelos de Rubens. El éxito de este tipo de productos se encuentra en que nos prometen resultados prácticamente inmediatos y sin ningún esfuerzo. Es la varita mágica que convierte calabazas en carrozas y harapos en vestidos de noche. Por desgracia, no hay un remedio mágico contra esos ‘kilitos’ de más: ni cremas, ni bebedizos, ni pildoritas. Sólo dieta equilibrada y ejercicio. Ya lo dijo el gran nutricionista Grande Covián: «la única comida que no engorda es la que se queda en el plato».
Pero es que, además, esas cremas o pastillas parecen surgir de la nada. Si ustedes se toman la molestia en rastrear la literatura científica en busca de las investigaciones que muestren cuál es el principio activo que provoca la eliminación de la grasa, o dónde están los estudios clínicos que prueban su efectividad, no encontrarán nada de nada.
Por otro lado, ¿se dan cuenta de lo que significaría encontrar un fármaco inocuo capaz de eliminar michelines y pistoleras? Sería la gallina de los huevos de oro de la industria farmacéutica. ¡Y para qué hablar de los precios! En definitiva, y a falta de pruebas concluyentes, una cosa es cierta: perder, perderá seguro su dinero; y sus kilos… tal vez… con el disgusto que se lleve cuando compruebe que para milagros, mejor ir a Lourdes.
