Se cumple medio siglo de la consagración de Brasil como campeón del mundo en México 70. El equipo de los cinco números diez. Pelé, Gerson, Rivelino, Tostao, Jairzinho. El equipo hermoso, el que devolvió la fe en el juego.
El Brasil del 70 no desentona en su tiempo. Era una época de hazañas para la humanidad. El hombre había llegado a la Luna, los Beatles habían completado su discografía y este conjunto brasileño es una de las maravillas de esos años. Un equipo que en un medio donde lo efímero es la norma, logró la inmortalidad con seis partidos.
El de México fue el primer Mundial televisado a todo el mundo. Ese Mundial fue la primera vez que el fútbol se metió simultáneamente en todas las casas del planeta; lo hizo con este equipo sensacional que tuvo una génesis complicada pero que triunfó gracias al talento de sus integrantes y a la inteligencia para conformar un conjunto homogéneo, para entender que los mejores deben jugar juntos y que todos se tienen que sacrificar. En esos seis partidos, ese equipo logró conjugar la belleza con la efectividad, la simpleza con lo sofisticado, la velocidad y la pausa.
Brasil se quedó sin técnico dos meses antes del Mundial. Joao Saldanha había logrado clasificar al Scracht al Mundial de México 70 con puntaje perfecto. Seis triunfos holgados contra Venezuela, Colombia y Paraguay. Eran tiempos en los que las equivalencias en América del Sur todavía no se habían alcanzado. Sin embargo en esas mismas eliminatorias, Perú había eliminado a la Argentina.
Saldanha era un personaje algo excéntrico y con una personalidad explosiva. Ex jugador y técnico de Botafogo unos pocos años, era una de las voces más fuertes y escuchadas del periodismo deportivo brasileño. Algunos sostienen que Joao Havelange (por entonces presidente de la CBF) lo eligió como seleccionador para intentar acallar las críticas del periodismo. Supuso, en un pésimo cálculo, que no apalearían a un equipo dirigido por un colega. Saldanha sostenía que al fútbol se gana haciendo más goles que el rival. Por lo tanto decidió poner los mejores jugadores posibles juntos y después fijarse en cómo acomodarlos. Plantó un 4-2-4 que dejaba bastante desguarnecido su arco. Luego de un viaje por Europa en el que se dedicó a mirar fútbol, volvió convencido que debía sumar altura y kilos en su defensa. Cambió el arquero y tres de los cuatro defensores. También tuvo alguna polémica a través de los medios con Pelé. Eran tiempos de gobiernos dictatoriales en Brasil. En ese momento el presidente de facto era Emilio Garrastazu Médici que asumió como un militar de bajo perfil, casi un técnico pero que desarrolló un desmesurado personalismo con velocidad supersónica. El presidente exigió que el 9 titular fuera Darío, centrodelantero de su equipo. Saldanha le contestó que ahora que Garrastazu Médici hablaba de la Selección, él tenía unos cuantos nombres para proponerle como ministros. Además hubo varias discusiones con periodista e hinchas que Saldanha pretendió resolver sacando un arma. Con cada vez más escaso margen, a fines de marzo del 70, Brasil jugó dos amistosos con Argentina. En el primero fue derrotado y en el segundo ganó gracias a una genialidad de Pelé a muy pocos minutos del final. Roberto Perfumo, el marcador central argentino, dijo que si Brasil jugaba así en el Mundial sería uno de los primeros en volverse de México. Saldanha fue desplazado. La disconformidad del público, las críticas de la prensa y la presión del gobierno fueron demasiado para él. Saldanha fue despedido. Para peor, los hombres que sonaban para el puesto fueron rechazando el ofrecimiento. El último de ellos fue Dino Sani. Havelange recurrió a la generación de los bicampeones del mundo 1958/1962, ex compañeros de Pelé. El cargo recayó en Mario Lobo Zagallo con quien O Rey tenía buena relación y era conocido por su serenidad.
Los siguientes amistosos tampoco fueron demasiado alentadores. Pero antes del último partido previo al viaje a México, la noche del 28 de abril hubo una reunión cumbre en una de las habitaciones del hotel en que se hospedaba el Scracht. Los Cobras tomaron el mando. Pelé, el capitán Carlos Alberto y Gerson -el cerebro y lanzador del equipo- hablaron y discutieron hasta consensuar un once ideal. Luego fueron llamando de a uno a Clodoaldo, Tostao y Rivelino. Les dijeron que querían que ellos fueron titulares, que les tenían plena confianza pero que sus tareas debían ser distintas, debían sacrificarse más por el resto. Con la inclusión de Clodoaldo en medio de la cancha quedaba fuera otro peso pesado, Piazza. Pero lo solucionaron rápido: lo pusieron a jugar de marcador central. Con los once definidos, los Cobra se sentaron con Zagallo y le pidieron que los deje jugar así. El técnico aceptó y les comunicó que les daba una oportunidad; si el equipo rendía mal, los once de inicio los decidía él.
Una pieza clave de ese ciclo de dos meses previos a la gran cita fue Claudio Coutinho, un ex capitán del ejército, que ofició de preparador físico (fue el entrenador principal en el Mundial 78). Incorporó algo que era de avanzada en ese tiempo: el Test de Cooper. Copió métodos de entrenamiento europeo y adaptó sistemas de la NASA. Los brasileños llegarían al Mundial en grandes condiciones físicas. Era necesario: para salir campeón había que jugar seis partidos en menos de veinte días.
El sorteo (al que había concurrido Saldanha) los había puesto en el peor grupo posible -todavía no se los llamaba Grupos de la Muerte. Brasil tenía que enfrentar a tres europeos: el campeón defensor Inglaterra, Checoslovaquia (el equipo que todos deseaban evitar, dos veces finalista del mundo) y Rumania. A México, como local, le había tocado un grupo que causaba risa: Rusia, Bélgica y El Salvador. Brasil venía de ser eliminado en primera rueda del Mundial 66 y de ser apaleado por los rivales.