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Descubre por qué se ha acabado el contar calorías

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Ponte en situación: vas al supermercado, empiezas a recorrer los pasillos y, ¡sorpresa! mientras seleccionas lo que metes en el carrito, te descubres echando un ojo a las etiquetas de los paquetes, botes y latas. No puedes evitarlo, es casi un acto reflejo. Ya sabes, no vaya a ser que te pases y, por muy buena pinta que tengan esas galletitas, luego el cinturón te apriete más de la cuenta. Sin embargo, ¿qué pasaría si te dijéramos que el método para calcular kilocalorías no es tan exacto como creías? ¿Dejarías de estar obsesionada con esos numeritos? Aquí tienes las nuevas reglas del juego.

En los últimos años han sido muchos los estudios que cuestionan el método que utiliza el sistema nutricional para contar kilocalorías, pero en cuanto la prestigiosa Universidad de Harvard (EE.UU.) ha apuntado hacia la misma dirección, en la redacción de WH hemos parado las rotativas. ¡Esto hay que investigarlo!

Los científicos americanos ponen de relieve el margen de error que tienen los números de Atwater. ¿Los qué? Vayamos por partes, el químico Atwater y sus colegas crearon este sistema para calcular kilocalorías, nada más y nada menos, que a finales del siglo XIX (es decir, hace ya unos cuantos años) y se basa en los números 4-4-9-7. Según este grupo de investigadores, 1 gramo de proteínas equivale a unas 4 kilocalorías; 1 gramo de hidratos de carbono, a 4 kilocalorías; 1 gramo de grasa, a 9 kilocalorías; y 1 gramo de alcohol, a 7 kilocalorías. ¿Te salen las cuentas? A todos los estudiosos que han puesto en el punto de mira las conclusiones de Atwater ¡no!

Contar en caliente

En el año 2013, durante el encuentro anual de la American Association for the Advancement of Science (AAAS), un grupo de nutricionistas alertó de que el número de kilocalorías que aparecen en las etiquetas de los alimentos podría llevar a un error del 30%. ¡Has leído bien, del treinta! Esto se debe, principalmente, aquel sistema estandarizado para calcular las kilocalorías no tiene suficientemente en cuenta la cocción, el procesamiento y la digestión. Es más, el profesor Richard Wrangham, de la Universidad de Harvard, y su compañera Rachel Carmody elaboraron diferentes estudios con ratones y comprobaron que aquellos que habían ingerido alimentos un 30% más de peso que los que habían consumido los mismos ingredientes, pero crudos. Increíble, ¿verdad? Pues, a su vez, demostraron que la misma comida cocinada aportaba menos kilocalorías una vez se había enfriado.

Pura practicidad

¿Qué piensan los expertos españoles de estos estudios? Carmen Vidal, catedrática de nutrición, afirma que “los números de Atwater son aproximaciones” y apoya a aquellos que aseguran que la manera actual de calcular las kilocalorías no es exacta.

“Hace algunos años se contaba que la fibra tenía un valor calórico cero, porque tal y como entra, sale. En cambio ahora ya se sabe que algún tipo de fibra puede aportar 2 kilocalorías por gramo y, en cambio, a la hora de contar, para simplificar, se dice que su valor es cero. Es otro error del sistema”, explica. Al hablar del estudio llevado a cabo por el profesor Wrangham, añade: “También es fundamental cómo cueces el alimento, si lo haces con más o menos aceite, tendrá un valor calórico u otro. A veces, la precisión y la exactitud están reñidas con la práctica”, concluye Vidal.

Mientras, el catedrático emérito Abel Mariné, uno de los mayores expertos en nutrición de España, insiste en que “se podría afinar más el método, porque no todas las grasas o azúcares se absorben igual, pero las diferencias serían mínimas”. Señala que este cálculo ofrece un valor medio y que, en realidad, “deberíamos analizar cada alimento que comemos en cada momento del día, pero no sería una labor sencilla”.

Un cambio

¿Existe otra forma de contar? ¡Claro! el doctor Geoffrey Livesey, de la Nutrition Society de Gran Bretaña propone otro método basado en la energía metabolizable neta (bautizado en inglés como NME). Es tan sencillo como calcular la energía metabolizable (ME) y descontar la energía perdida en la digestión. “La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) y la Organización Mundial de la Salud (OMS) reconocen que la sociedad debería evolucionar hacia la utilización del sistema de Livesey, pero no es tan fácil realizar este cambio y requiere de una discusión científica previa”, señala Andreu Farran, miembro del grupo de investigación en Actividad Física y Salud de la Universidad de Barcelona. Porque, aunque el método actual sea algo inexacto, “eso no quiere decir que no sea válido. Además, para el etiquetado nutricional resulta suficiente, ya que es puramente orientativo”, aclara.

Otra de las propuestas que cada vez tiene más popularidad es precisamente la del profesor Wrangham, de la Universidad de Harvard, que considera que en lugar de contar kilocalorías, se podría utilizar un sistema de colores en las etiquetas de los alimentos a la hora de seguir una dieta.

El color verde indicaría que los alimentos están sin procesar; el rojo, los altamente procesados; y el ámbar, los que están a medio camino. Sin duda, sería una manera de ponerle algo de color a la vida… ¡y a la comida! Otra alternativa, bastante popular entre los investigadores británicos, sugiere dejar de hacer cuentas y centrarse en cuánto sacia un alimento. Por ello, la Universidad de Liverpool (Reino Unido) lidera un proyecto de casi siete millones de euros, financiado por la Unión Europea, para identificar qué ingredientes y métodos de procesamiento aumentan la saciedad y disminuyen el apetito.

En todo caso, lo que sí parece claro es que la mayoría de los especialistas consideran que la obsesión por contar calorías no tiene ningún sentido y que lo importante es llevar una dieta equilibrada y hacer ejercicio. “Las kilocalorías que analizamos provienen de un cálculo de laboratorio y el error es asumir que el cuerpo se comporta igual sea cual sea el origen de esta kilocaloría. La nutrición humana es compleja.

Ingerir menos kilocalorías no es sinónimo de comer saludablemente”, remarca Eduard Baladia, director del Centro de Análisis de la Evidencia Científica de la Fundación Española de Dietistas- Nutricionistas. De manera que lo mejor es “dejar de contar y pensar más en reducir cierto tipo de productos, así como aumentar el consumo de otros”, recomienda Vidal. Porque los números que aparecen en las etiquetas, al fin y al cabo, no hay que tomárselos al pie de la letra. En el mejor de los casos pueden ayudarnos a elegir entre una mayonesa u otra, pero cualquiera de las dos será mucho más calórica que una lechuga. ¡El tiempo es oro y no deberíamos perderlo en cálculos inútiles!

Las kilocalorías no son lo único que cuenta. Hay vida más allá de ellas:

1.Azúcar

La OMS recomienda la reducción de la ingesta de azúcares añadidos a menos de 10% del total de energía. ¿Y si compro alimentos sin azúcares añadidos? ¡Cuidado! Esto no significa que estén libres de azúcar, indica que el que puedan contener proviene de la materia con la que se ha fabricado el producto.

2. Bajo en grasas:

Debe tener un 30% menos de grasa que el producto estándar del fabricante.

Pero, ojo, puede que el contenido de grasa sea más alto si se compara con el de otra marca.

3. Cinco al día:

Lo has oído millones de veces, ¿pero lo cumples? Apúntate al plan de cinco verduras y frutas del Ministerio de Agricultura.

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