La cifra de suicidios se ha disparado con la crisis. Casi cuatro mil personas se quitaron la vida en España en 2016, a menudo de forma violenta. En esos casos, la familia, además de lidiar con el drama de la pérdida, debe enfrentarse a un escenario terrible y violento. Una vez que la policía y el juez cumplen su labor, ¿quién se ocupa de limpiar el lugar? Bajo el epígrafe «limpiezas traumáticas», en Google aparecen varias empresas –Bitra 112, DEP, Geindepo, Profi-Net, KSK…– que se dedican precisamente a borrar el rastro de muertes violentas o a desinfectar la casa de un fallecido afectado por el síndrome de Diógenes.
En Norteamérica, los equipos que hacen estos lavados específicos han de tener una acreditación y están amparados por una legislación especial, lo que no sucede en España, pese a que cada vez se dan más casos de este tipo. Los profesionales que eliminan restos de asesinatos, homicidios y otras tragedias lidian con elementos peligrosos, por lo que necesitan tener conocimientos bioquímicos sobre infecciones, descomposición de residuos orgánicos o evolución de fluidos, así como preparación psicológica para afrontar lo que van a ver y ejecutar, y para dirigirse con el máximo tacto a los familiares.
En primer lugar, hacen una inspección para decidir cómo actuar y de qué piezas hay que deshacerse antes de iniciar el lavado. A veces deben tirar muebles, objetos y basura o incluso levantar suelos y paredes. Para limpiar, se enfundan en trajes aislantes con cremallera, capucha y botines, protección ocular y mascarilla-respirador para evitar contagios. Tras la limpieza con bactericidas y germicidas, se eliminan los olores con ozono. Bayetas, guantes, esponjas, el equipo de protección y todos los elementos retirados del escenario –colchones, alfombras, cortinas, ropa– se llevan a un centro de destrucción de material biocontaminado.
La idea de crear en España una empresa especializada la importó de Estados Unidos Javier González, fundador de KSK-Limpiezas Traumáticas. Antes de lanzarse, buscó el consejo de la policía científica y de forenses y contactó con aseguradoras y funerarias para que recomendasen su servicio. «Al ser algo nuevo, desconfiaban. Hubo que insistir, explicarles cómo trabajamos y asegurarles que solucionaríamos un problema doloroso», dice González. Esas primeras dudas fueron superadas y ya hay varias compañías similares por todo el país.
No obstante, el recelo con que se trata el tema sigue presente y continúa siendo parte muy sensible de la formación de estos singulares limpiadores. Lo cuentan en Bitra 112: «Cuando nos dirigimos al sitio para decidir el material que vamos a necesitar, solemos aparcar a unas cuantas calles del lugar de los hechos a petición de los clientes. Muchas veces los vecinos nos preguntan y decimos que somos pintores, para guardar la intimidad del afectado. Limpiamos todo con minuciosidad, para que cuando los familiares vuelvan al lugar no encuentren ningún rastro de los hechos ocurridos».