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¿Por qué tenemos fuegos artificiales?

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La pirotecnia, el arte de crear luces, colores y ruidos por pura diversión estética, está indisociablemente unido a la pólvora, el invento chino por antonomasia. Aunque tampoco debemos olvidarnos de la India; si no, recordemos la expresión ‘luces de Bengala’. La pólvora llegó a Europa de manos de los árabes, que ya en el siglo VII construían cohetes con fines militares, aprovechando más la capacidad incendiaria de la pólvora que la meramente explosiva. Desde entonces, la pólvora quedó ligada a lo militar como bien lo demuestra la palabra artificiero. Este experto en el uso de explosivos tenía, en tiempos, la obligación de preparar los espectáculos en los que se celebraba el final de una guerra… siempre que hubiese terminado en victoria. La derrota nunca ha inspirado demasiadas celebraciones.

La pólvora entró en Occidente por España y luego pasó al resto de Europa. Alquimistas y militares desarrollaron y probaron diferentes mezclas, pero siempre usando como oxidante el salitre, el nitrato de potasio, un compuesto que no permite demasiados lucimientos en los fuegos artificiales pero sí en las aplicaciones militares. Hacia el año 1300 se consolidó la profesión de pirotécnico, una ocupación verdaderamente polifacética, pues además de cohetes de fiesta se ocupaban del material para mosquetes, bombas arrojadizas y cargas de cañones. Estos artesanos del explosivo guardaban un celoso secreto respecto a su técnica y los compuestos usados.

En el siglo XVII los fuegos artificiales estuvieron presentes en todos los festejos palaciegos de Europa. Existían dos escuelas o tendencias entre los artificieros: la alemana, más preocupada en la búsqueda de nuevas combinaciones químicas, y la italiana, más preocupada por consideraciones estéticas. Como podemos ver, hasta en esto las cosas no han cambiado mucho….

En el siglo XVIII Versalles y Londres competían por quién tenía los fuegos más bonitos, a pesar de que los colores eran pálidos y macilentos. Pero en 1780 los químicos obtuvieron un nuevo oxidante, el clorato de potasio, lo que provocó que entre 1800 y 1825 se produjera una explosión de colores brillantes y vivos. Para colmo, en 1854 un francés llamado Chertier publicaba un libro que desvelaba los secretos mejor guardados del oficio: entre otras cosas describía qué sales usar para obtener los principales colores.
Claro que esta revelación no terminó con la profesión y todavía hoy los maestros artificieros siguen guardando como oro en paño las proporciones en que se deben mezclar los diferentes compuestos. Y todo para que este verano disfrutemos, como todos los años, de estupendos espectáculos pirotécnicos.

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