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¿Por qué nadie podrá suplir a Rafael Márquez en el Tri?

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“Los seres humanos somos cosas. A unos cuantos días de mi muerte, mi familia revisará mi clóset y al momento de que sobre la cama vayan cayendo mis camisas, mis pantalones, mis chamarras, dirán: «Esto era Eusebio», y esto otro y esto otro. Porque somos unas cuantas cosas: los libros favoritos, las plumas, nuestro plato, la silla que ocupábamos en el comedor, unos cuantos discos, los zapatos”; Eusebio Ruvalcaba.

¿De qué nos acordaremos cuando Rafael Márquez Álvarez decida retirarse? ¿Será de su peculiar festejo en aquella final noventera contra Toluca?, ¿del cabezazo sobre Cobi Jones?, ¿el gol contra Argentina, contra Sudáfrica o contra Croacia?, ¿el de Columbus? ¿La mano contra Portugal?, ¿de los elogios de Guardiola o del penal sobre Robben?

Hoy me preguntaron por qué nadie podría suplir a Rafael Márquez en el Tri. No supe qué contestar. Creí que sería fácil. Vivo enamorado de él desde hace muchos años. Escribir maravillas sobre su trayectoria y su innegable capacidad para jugar (no para ser futbolista, para jugar), en teoría, sería lo más sencillo del mundo. Y no lo es. Aunque sobran motivos para decir que Márquez es insustituible, incluso en lo absurdo.

En El silbido de Juan Villoro, el protagonista nos narra la manera en que, con el paso de los años, su cuerpo va acusando los estragos inevitables y propios del juego del hombre: “Me acostumbré a jugar con el dolor y luego me acostumbré a las inyecciones. Jugué infiltrado más veces de las que le conviene a un cuerpo normal. Pero el mío no es un cuerpo normal. Es un bulto pateado. Cuando me buscaba el nervio con la aguja, la doctora hablaba de mi carne calcificada, como si me estuviera convirtiendo en una pared. La idea me gustaba: una pared donde chocan los contrarios.”

Hace unos días tuve la fortuna de ver a Márquez nuevamente en directo. Y lo mejor fue que lo hice como aficionado. A pesar de que su cuerpo es un bulto pateado, su capacidad de hacer siempre lo más sencillo es espeluznante: igual te sale de un dos contra uno con un giro temerario y viendo a su portería, como te pone la pelota en las agujetas con un trazo de cincuenta metros o te sostiene una defensa y una ilusión mundialista con todo y esa carne calcificada. Villoro tenía razón.

Acabemos con la mentira de ‘los nuevos Rafa Márquez’. En los últimos casi veinte años, nadie, absolutamente nadie tuvo la capacidad de sobrevivir a su ausencia. A la fecha, durante cuatro ciclos mundialistas –y camino al quinto-, una infinidad de entrenadores y jugadores no supieron –y siguen sin saber- qué hacer cuando su líder no está. Y no es falta de capacidad, evidentemente; es que se necesitaría ser un imbécil para prescindir de los últimos conciertos del mejor jugador mexicano de la historia.

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