Yuri Guzmán
El pastel de piña siempre fue más que un simple postre en casa de mi tía Elia; era un símbolo de cálidas mañanas y tardes interminables. Cada bocado traía consigo el eco de risas, conversaciones y ese abrazo reconfortante que solo se encuentra en los lugares que consideramos nuestro hogar. Recuerdo llegar a su casa y al entrar se percibía el olor de pastel recién horneado que se entrelazaba con el aroma del café, creando una sinfonía de sensaciones que me hacía sentir en un lugar seguro, un refugio de amor y de muchos sentimientos que no puedo describir porque se me llenan los ojo de lágrimas. Lágrimas de añoranza, de tristeza, ya que se acerca el día de su cumpleaños, el 19 de marzo, y se me agolpan las ausencias.
Hace unos años, con la emoción de quien busca revivir esos momentos, le pedí a mi tía la receta de su famoso pastel de piña. Con su característico brillo en los ojos, me la dio, pero, al intentar recrear su magia en mi propia cocina, me di cuenta de que el resultado nunca sería igual. Mi pastel salió rico, sí, pero faltaba ese toque especial que solo ella sabía aportar.
Esta semana, mientras hojeaba su recetario, un cuaderno desgastado, cuyas páginas están llenas de historias y secretos culinarios, me encontré con la receta original, escrita con su puño y letra, esa caligrafía de otro tiempo que ahora parece un arte en extinción. Al leerla, me di cuenta de que había más ingredientes de los que ella solía utilizar. Sin embargo, lo que realmente me conmovió fue la revelación de que, a pesar de las variaciones, el pastel de piña de mi tía siempre fue perfecto en su sencillez. Ella solo le ponía piña, y con ello lograba crear algo que superaba cualquier elaboración compleja.
En esa simple elección, había un profundo significado: a veces, lo esencial no está en la abundancia, sino en la pureza de los momentos compartidos. El pastel de piña de mi tía Elia no solo era un manjar; era la esencia de su amor, la calidez de su hogar, y un recordatorio de que, en la vida, lo más bonito se encuentra en lo simple y sincero. Aunque yo nunca logré replicar su perfección, cada vez que horneo ese pastel, siento que, de alguna manera, estoy trayendo de vuelta un pedacito de ella y de esos momentos que atesoro en mi corazón.
Ingredientes
400 gramos de harina
300 gramos de mantequilla
250 gramos de azúcar
100 gramos de mantequilla
200 gramos azúcar moscabado
8 huevos
1 lata de piña en almíbar
2 cucharadas de royal
1 frasco de cerezas
Procedimiento
Se derriten 3 cucharadas de mantequilla con azúcar moscabado y se le pone al molde, se decora con la piña, las cerezas y la nuez. La demás mantequilla se derrite con el azúcar acremada y se van agregando los huevos poco a poco, después la harina con el royal; se bate, se le pone el jugo de la piña y el de las cerezas y se bate hasta que quede como crema. Enseguida, la mezcla se vierte en el molde y se mete al horno a 350 grados durante media hora.
Disfruta con tus seres queridos, que serán esas anécdotas las que te hagan saborear los recuerdos de la vida
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