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Indecisos imponen incertidumbre a la contienda por la Presidencia de EEUU

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La tensión electoral en Estados Unidos cobra fuerza: la competencia por la Presidencia está más cerrada que nunca, la incertidumbre sobre su resultado es considerable y, sobre todo, hay más votantes indecisos que en procesos anteriores a esta altura de la contienda.

Hasta antes del primer debate presidencial de este 26 de septiembre, Hillary Clinton se situaba arriba de Donald Trump en el promedio de sondeos de RealClearPolitics por escasos 1.6 puntos (en el conteo que incluye a los candidatos de los partidos Libertario y Verde) y tenía el 54.1% de probabilidad (contra 45.9% del republicano) de ganar de acuerdo al pronóstico de FiveThirtyEight.

Lejos de la ventaja de 8 o más puntos que llegó a tener en las encuestas hace cerca de un mes.

Esa situación ha encendido la discusión sobre si lo cerrado de la competencia se debe a los traspiés de Clinton más que a un avance de Trump, a que ambos candidatos enfrentan altos índices de desconfianza ciudadana, a que el magnate ha logrado enfilar su campaña y atraerse a votantes que anteriormente no lo veían, por razones diversas, como una opción real para la Presidencia, o todo eso junto.

Pero como señalan Nate Cohn en The Upshot de The New York Times y Nate Silver en FiveThirtyEight, una de las razones de peso del alto grado de incertidumbre en las encuestas actuales (y por ende de la posibilidad de que la votación real llegue a diferir de modo considerable de los pronósticos actuales) es la gran cantidad de ciudadanos que todavía no han decidido el sentido de su voto.

En cada elección existe una cuota de votantes indecisos, un objetivo muy deseado por las campañas de los candidatos presidenciales, pero en esta ocasión ese grupo sería más numeroso de lo usual.

Según Silver, en 2012 a esta altura de la contienda Barack Obama superaba a Mitt Romney con 48% contra 46% de la intención de voto. Hoy esa cifra es 42%-40% (43.1%-41.5% según RealClearPolitics), es decir hay aún un amplio grado de indecisos.

Cohn señala, por su parte, que en datos de septiembre de 2016 la cantidad de indecisos es mayor que la registrada en 2012 no solo a nivel general sino entre varios grupos demográficos. El 13% de las personas de raza blanca sin un grado académico y el 15% de quienes lo tienen están indecisas, cifras que eran 7% y 5% respectivamente en 2012. Y lo mismo sucede entre los votantes que no son parte de ese grupo demográfico (es decir, son parte de una de las minorías): actualmente un 15% de esos votantes está indeciso, en comparación con el 7% que lo estaba en 2012-

Por añadidura, la presencia en esta elección de dos candidatos de partidos ‘alternativos’ con un arrastre importante (Gary Johnson del Partido Libertario y Jill Stein del Partido Verde), del orden de un 10% de la intención de voto en el promedio de RealClearPolitics, añade una complejidad que no existía en la elección de 2012, cuando Obama y Romney fueron los dos únicos candidatos con influencia real (Johnson y Stein también compitieron en esa ocasión, pero juntos no pasaron del 1.4% de los votos en el resultado final).

Otro factor que Silver añade a la explicación de la actual incertidumbre es que, a escala estatal, los estados competitivos han sido más numerosos en este proceso, pues durante la campaña estados que en 2012 se consideraban ‘seguros’ llegaron en algún momento a ser considerados en abierta disputa. Eso incrementa la probabilidad de que se cometa un error al establecer quién se quedará con los votos electorales de esos estados. Y en un escenario candente como el actual, los votos de un solo estado podrían ser decisivos en el resultado final.

Cohn indica, además, que una teoría adicional es que en realidad la contienda es estable pero que el vaivén en los sondeos se debe a que, cuando las noticias sobre un candidato le son desfavorables, los votantes que están en la periferia de sus simpatizantes sienten renuencia a expresar su apoyo hacia su candidatura, pero se convencen más de hacerlo cuando esas noticias son mejores.

Y, desde luego, están las explicaciones más secas: las encuestas están muy parejas porque Clinton ha perdido efectivamente intención de voto y muchos votantes jóvenes dudan de apoyarla, circunstancia que en cierto modo frena su ventaja entre los votantes de raza blanca más educados y entre las minorías, sobre todo los hispanos y los afroamericanos

Finalmente, existe un cierto nivel de ambivalencia entre algunos grupos de electores: votantes que tradicionalmente votan por los demócratas (por ejemplo, personas de raza blanca y bajo nivel educativo en los estados en torno a los Grandes Lagos) o por los republicanos (personas de ese grupo racial de mayor nivel educativo que viven en áreas suburbanas) pero que se sienten, respectivamente, atraídos o repelidos por el mensaje de Trump.

Obreros de filiación demócrata afectados por la globalización, por ejemplo, podrían inclinarse hacia el magnate y no hacia Clinton, y del mismo modo profesionistas de clase media o media alta y de ideología moderada que en otro contexto votarían por un republicano en 2016 encuentran muy difícil hacerlo por Trump y algunos incluso prefieren a Clinton.

Muchos en esos grupos, posiblemente, se correrán al bando contrario o, como una tercera vía, votarán por Johnson o Stein. La incertidumbre sobre esos corrimientos añade al grado de volatilidad de las encuestas actuales.

En este contexto, los debates entre Clinton y Trump podrían, quizá más que en ciclos anteriores, ser factores importantes de decantación de votantes indecisos pues por primera vez podrán comparar, tras un encuentro cara a cara, a los dos candidatos, una situación relevante si se tiene en cuenta que mucho del apoyo que ambas candidaturas poseen se debe al rechazo que suscita la otra alternativa.

Cuando se debate qué opción es la ‘menos mala’, momentos como los debates pueden ser definitivos en la construcción de esas decisiones, sustentadas con frecuencia más en percepciones subjetivas, prejuicios, simpatías o animadversiones y no tanto en análisis juiciosos de las plataformas partidistas. Las ideas pesan pero, en ocasiones, son las sensaciones las que acaban inclinando la balanza.

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