Por: José Ángel Gutiérrez
Mi hijo tiene 14 años. Es un chavo que puede considerarse bien informado. Le gusta mantenerse al tanto de las noticias, tal vez por la influencia (buena o mala) de su padre. Y desde hace años, me gusta intercambiar opiniones con él, en buena medida porque creo que así se forma su propio criterio y en parte también, porque de él aprendo, sé que es y será mejor que yo.
En esta ocasión, le pregunté su opinión sobre la determinación del gobierno de la Ciudad de México respecto a que en lo sucesivo, niñas y niños podrán ir a la escuela con falda o pantalón según ellas y ellos decidan.
Su respuesta no tardó: “me parece bien, pues cada quien es libre de elegir cómo se viste”. Mas luego acotó “tal vez de primero a cuarto de primaria aún no pueden decidir, pero los demás sí”.
Para mi hijo, el tema se asemeja a lo que antes ocurría, cuando el color rosa era exclusivo para las féminas y el azul para los varones y ahora, ya nadie se fija en ello pues solo son eso, colores. Algo similar podría ocurrir con las prendas de vestir, me dijo.
Refirió que él nunca usaría falda, pues está acostumbrado a usar pantalón, le resulta más cómodo y además, considera que no se vería bien. Pero si otro decide lo contrario, está en su derecho.
Traté de ser más mordaz, no para inducir su respuesta sino para conocer su opinión desde todas las aristas. Le pregunté si ese pudiera ser un primer paso para después decirles a los niños que ellos pueden decidir si se sienten hombre o mujer. En ese momento, me pidió le permitiera reflexionar un poco antes de contestar. Minutos después, dijo que desde esa perspectiva sí podría estar mal, “pues nadie debe influir en tu sexualidad y menos cuando eres menor de edad”. Para el joven, las decisiones en torno a la sexualidad son muy personales y deben tomarse cuando ya se tiene la madurez suficiente.
En lo personal, coincido en buena medida con mi hijo. Cada quien es libre de decidir qué y cómo vestir. Y en el mismo tenor, nadie debe tratar de influir en las decisiones de los demás, mucho menos en las de las niñas y los niños. Me refiero a la decisión en temas relevantes y que marcarán toda su vida.
Libertad para decidir, sí por supuesto. El tema es: a partir de qué edad se tiene capacidad para decidir por sí solo. Y por otra parte, la ley misma otorga en los padres la Patria Potestad, la cual engloba los derechos y obligaciones que tienen los padres sobre sus hijos no emancipados, en todo lo que tenga que ver con su cuidado, pensando en su óptimo desarrollo. A partir de ello, padre y madre mantienen las facultades naturales y legales para decidir sobre sus hijos -sin incurrir en excesos- en tanto alcanzan la mayoría de edad o están en condiciones de decidir por sí solos y no depender de otras personas.
Todo tiene su momento. Eso es algo que sí debemos tener muy en cuenta. Y el apunte va incluso más allá de decidir sobre cómo vestir.
Lo cierto es que estas determinaciones gubernamentales y el momento en que se presentan, reflejan la clara intención de provocar un ruido innecesario en momentos en que existen mayores necesidades en el país. Es jugar con las prioridades a partir de distractores y ruido excesivo.
Tanto en materia educativa como en otros ámbitos, existen temas mucho más importantes que deberíamos estar atendiendo autoridades y sociedad. Pero eso no interesa de momento a quienes son parte del círculo que toma las decisiones.
Pero evitemos un cierre frío. Me remito a una conclusión de mi hijo, quien motivó este escrito: “Además papá, claro que esta idea tenía que venir de la Ciudad de México, allá son diferentes. Si se atreven a hacer quesadillas sin queso, todo puedes esperar de ellos”.
Reflexiono: la polémica de las quesadillas es sin duda, aún mayor.
