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El elemento que fascinaba a los antiguos

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El mercurio ha fascinado a los seres humanos desde la antigüedad por ser el único metal que conocían que se encontraba en estado líquido a temperatura ambiente. El galio y el francio también se fundirán un día caluroso, pero estos elementos no se descubrieron hasta 1875 y 1939, respectivamente.

Los griegos se referían al mercurio como hydrargyros, una palabra compuesta por hydros, «agua» y argyros, «plata». El latín adoptó esta palabra como la variante «hydrargyrum» y con ese nombre terminaría en la tabla periódica, de ahí que el símbolo químico del Mercurio sea Hg.
Pero, por muy bonito que sea este metal, fue responsable de muchas muertes en un mundo donde las propiedades químicas de los materiales no estaban muy claras.

Por su aspecto, muchas civilizaciones asumieron que el mercurio tenía algún tipo de característica sobrenatural que le otorgaba poderes curativos. El emperador chino Qín Shǐ Huáng Dì de la dinastía Qin (221 a.C. – 206 a.C.) tomaba brebajes de mercurio precisamente porque creía que sus poderes curativos extraordinarios le harían inmortal. Por supuesto, ese no fue el caso y murió intoxicado durante uno de sus viajes por el este de China. Curiosamente, como se tardaban 2 meses en volver a la capital y el primer ministro tenía miedo de que ocurriera alguna sublevación si la gente se enteraba de la noticia, tuvieron que fingir que el rey estaba vivo durante el viaje de vuelta mientras su cuerpo se descomponía.

Los griegos utilizaban el mercurio para hacer ungüentos, los egipcios y los romanos lo usaban como cosmético y este elemento ha sido encontrado en algunos templos pertenecientes a los mayas y los aztecas. Sin duda, este metal líquido levantaba las pasiones de cualquiera que lo descubría.

Otra propiedad curiosa del mercurio es su densidad. Una botella de agua de un litro llena de mercurio pesa 13,6 kilos. No es el elemento más denso de la tabla periódica, ni de lejos (el oro tienen una densidad de 19 kg/l y tanto el osmio como el iridio rondan los 22 kg/l, por poner algún ejemplo) pero lo es lo suficiente para que sobre su superficie floten sustancias como el acero.

Hoy en día sabemos que no conviene hacer el tonto con el mercurio porque hemos descubierto que es un metal pesado muy tóxico, capaz de dañar los riñones, los pulmones y el cerebro. Su forma más peligrosa, el dimetilmercurio, es tan tóxica que incluso unas milésimas de mililitro absorbidas a través de la piel pueden resultar letales, como demuestra el caso de Karen Wetterhahn, una profesora de química del Dartmouth College y experta en metales pesados tóxicos que fue expuesta a esta sustancia después de que se filtrara a través de sus guantes. Murió en 1997, un año después de que tuviera lugar el incidente.

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