Durante el avance del SARS-CoV-2 por todo el mundo, con la muerte de más de 1,5 millones de personas en el último año a causa del COVID-19, el virus ha mutado en siete grupos principales, o cepas, según se fue adaptando a sus huéspedes humanos.
Mapear y comprender esos cambios en el virus es crucial para desarrollar estrategias para combatir el COVID-19, la enfermedad que causa.
“La razón para analizar la genómica es tratar de averiguar de dónde vino (…); en términos de tratar de trazar un mapa de lo que esperaríamos de la pandemia, esa información es crítica”, dijo la directora de salud de Australia Meridional, Nicola Spurrier, tras un brote en el estado a principios de noviembre.
Reuters analizó más de 185.000 muestras de genoma de la Iniciativa Global para Compartir Todos los Datos de la Influenza (GISAID), la base de datos más grande de secuencias genómicas de nuevos coronavirus en el mundo, para mostrar cómo el dominio global de las principales cepas ha variado con el tiempo.
La cepa original, detectada en la ciudad china de Wuhan en diciembre de 2019, es la cepa L. Luego, el virus mutó en la cepa S a principios de 2020. A esto le siguieron las cepas V y G. La cepa G mutó aún más en las cepas GR, GH y GV. Varias otras mutaciones poco frecuentes se agruparon colectivamente como cepa O.