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Río 2016: Opiniones divididas antes de los juegos

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Copacabana, sede de la competencia de vóleibol de playa, es una obra en construcción. El complejo que albergará el centro de transmisiones de los Juegos Olímpicos está rodeado de andamios y se está levantando una gigantesca tienda que venderá costosos artículos alusivos a la justa de Río de Janeiro.

Pero en las partes pobres de la ciudad hay pocos indicios de que los juegos comienzan en un mes.

Las promesas de que la justa transformará los barrios más humildes de la ciudad se han esfumado en medio de una cantidad de problemas: la seguridad y la creciente violencia, el virus del zika, la venta floja de entradas y la contaminación de las aguas donde tendrán lugar las pruebas de vela, remo y nado a distancia.

A todo esto se suma el juicio político a la presidenta Dilma Rousseff, que podría comenzar en plena disputa de los juegos.

«Donde vivo yo, no veo cambios como estos», comentó Julia Alves, estudiantes de 18 años que hablaba de las renovaciones en la zona portuaria. Fue una de una docena de personas a las que la Associated Press les preguntó cómo cambiarían su vida los juegos. Las consultas se hicieron en el puerto, frente al Parque Olímpico y en las calles de un barrio de clase humilde.

«Esas son cosas para los extranjeros», sostuvo Alves.

Los organizadores de Río presupuestaron 2.000 millones de dólares para las operaciones. Además se asignaron otros 10.000 a 12.000 millones de dólares de origen público y privado para proyectos de transporte urbano asociados con los juegos.

Río instaló una red de autobuses de alta velocidad y un sistema de trenes que sirven la zona céntrica. Y está en marcha la construcción de una extensión de la red de trenes subterráneos para conectar las playas de Copacabana e Ipanema con Barra de Tijuca, barrio de gente acomodada al oeste de la ciudad donde se encuentra el Parque Olímpico. No está claro si esa extensión estará funcionando cuando arranquen los juegos el 5 de agosto.

Las obras públicas han generado una mezcla de orgullo cívico, suspicacias y malestar.

«Los juegos dejarán un legado incomparable de cambios en la infraestructura de la ciudad», afirmó Marco Araujo, técnico del equipo brasileño de bádminton, de 48 años, hablando frente al Parque Olímpico. «Todavía se está trabajando en estos proyectos. Pero creo que cuando estén terminados, beneficiarán a la población».

Una pista elevada sobre la playa a ser usada en las pruebas de ciclismo se derrumbó en mayo y mató a dos personas.

Las renovaciones afectan mayormente las zonas exclusivas del sur y el oeste de Río, donde había un gran boom inmobiliario hasta hace pocos años. Las favelas del norte apenas si sienten el impacto de los juegos, lo que refleja la gran brecha entre ricos y pobres, entre blancos, negros y mulatos.

Maria da Penha se siente amargada.

Su casa en la favela Vila Autodromo, pegada al Parque Olímpico, fue demolida para dar paso a obras nuevas.

«Para mí los juegos son algo horrible», dice la mujer de 53 años, que encabezó una campaña contra las expropiaciones dispuestas por el alcalde de Río Eduardo Paes. «Destruyeron mi vida, mis sueños. Tenía mi propia casa y ya no la volveré a tener».

Luego acotó: «Pero los juegos son algo lindo. Los brasileños somos muy atléticos. Nos gusta el deporte. Solo que nunca me imaginé que serían tan caros. La verdad, creo que mi país no estaba preparado para esto».

Raquel Oliveira, publicista de 25 años, habló mientras esperaba un autobús en una calle muy concurrida frente al Parque Olímpico y se quejó de que han cambiado las rutas de los autobuses, supuestamente para que les resulte más difícil a los ladrones acceder a los barrios caros.

«En realidad, no cambió para bien porque dejaron de funcionar varias líneas de autobuses», sostuvo. «Tengo que esperar horas y vivo frente al Parque Olímpico. Espero que las cosas mejoren con este sistema de autobuses rápidos o algo por el estilo».

En una encuesta publicada el domingo por el diario O Globo de Río, el 49% de los consultados dijeron que estaban a favor de los juegos y el 61% expresó su esperanza en que sean un éxito. Cuando se les preguntó qué podría empañar los juegos, el 81% respondió «la inseguridad».

Fueron consultadas 2.400 personas, pero el diario no dio un margen de error.

Wolfgang Maennig, excampeón olímpico de remo que estudia el aspecto económico de los juegos en la Universidad de Hamburgo, dijo que la justa generalmente produce una «buena sensación» cuando comienza, pero que no está seguro de que eso suceda en Río.

«Durante 17 días es una luna de miel generalmente», expresó. «No sé si eso pasará en Río, si habrá una atmósfera de samba o de carnaval, pero estoy seguro de que será mejor que lo normal, o mejor que ahora».

Gustavo Nascimento, director de las instalaciones de Río, promete que todo estará a punto. Dijo que hay programada una limpieza profunda de todas las sedes para el 15 de julio y que los deportistas tendrán acceso a las instalaciones a partir del 24 de julio.

Admitió que «todavía hay entradas disponibles, entradas muy buenas».

Se espera la llegada de 10.500 deportistas y 500.000 visitantes extranjeros para los juegos.

Pocos verán el verdadero Río, el que padece la peor recesión que vive Brasil desde la década de 1930, con altos índices de delincuencia y un desempleo del 10%. La mayoría de la población no puede comprar una entrada a las competencias olímpicas ni la pelota de fútbol con el logo olímpico, que cuesta unos 100 dólares.

Australia y otros países les han dicho a sus deportistas que no vayan a las favelas.

El alcalde Paes, quien inicialmente dijo que usaría los juegos para impulsar una serie de proyectos, dejó de lado esas promesas.

«No se puede esperar que los juegos resuelvan todos los problemas sociales que tenemos», manifestó. «No somos una ciudad como Londres o Chicago. No se puede esperar demasiado de nosotros».

El president del comité organizador Carlos Nuzman insisten en que «Río será la ciudad olímpica que sufre la mayor transformación» y en que los residentes de la urbe «serán los más beneficiados» con los juegos.

Oliver Stuenkel, profesor de relaciones internacionales en la Fundación Getulio Vargas, dijo que los políticos ven los juegos como «una gran oportunidad de conseguir visibilidad e impulsar sus carreras».

«Si no son un desastre, los juegos podrían darle más legitimidad a Brasil», declaró Stuenkel a la AP. «Traes un montón de gente de todo el mundo. Vienen jefes de estado. Te pone en el mapa, y si haces las cosas bien, puede tener un impacto muy positivo. Pero harán falta muchas cosas para compensar la prensa negativa que inevitablemente tendremos antes, durante y después de los juegos».

Los brasileños desconfían también de las obras públicas, que asocian con desfalcos y promesas incumplidas.

«La gente no está en contra de los juegos, pero la mayoría siente indiferencia o duda que tengan un efecto tangible que vaya más allá de una visibilidad a corto plazo», dijo Stuenkel.

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