Por: Yuri Guzmán
En el corazón de los bosques del trópico seco de México, donde el sol se filtra entre las hojas como un pintor que acaricia su lienzo, crece un tesoro escondido: el camote del cerro, también conocido como gualacamote.
Este tubérculo, con su piel marrón que recuerda a un viejo tronco olvidado, es un regalo de la tierra, un susurro de sabiduría ancestral que guarda en su interior un corazón blanquecino y suave, lleno de vida y nutrientes.
Como un viajero que recorre senderos secretos, el camote del cerro se despliega en la naturaleza, ascendiendo con gracia por las lianas de su planta trepadora. Su sabor, un eco familiar que recuerda a la papa, transforma cada bocado en una experiencia de conexión con la esencia misma de la tierra que lo nutre. Rico en vitaminas y minerales, este humilde tubérculo se convierte en un compañero fiel, brindando fuerza y vitalidad a quienes lo consumen.
En las calles de la huasteca potosina, el camote se transforma en un sencillo bocadillo, un manjar que se blanquea y se adorna con el toque vibrante del limón, la sal y el chile, como un baile de sabores que despierta los sentidos. Pero su magia no se detiene ahí; también es un aliado en la medicina tradicional, un recordatorio de que la naturaleza tiene sus propios remedios, ocultos en la simplicidad de sus raíces.
Con cada 100 gramos, el camote del cerro ofrece un abrazo cálido de nutrientes, un regalo que nutre el cuerpo y el alma. Así, en cada rincón de México, este camote real, conocido en lengua TENEK como LAB IDH, se erige como un símbolo de conexión, tradición y sustento, recordándonos que, a veces, los tesoros más valiosos se encuentran en lo más sencillo y humilde de la naturaleza.
Ingredientes
1 kilo de camote del cerro
2 huevos
200 gramos de queso
Sal al gusto
Aceite
Procedimiento
Se pone a hervir agua con sal, en cuanto suelta el hervor se le pone a cocer el camote del cerro ya lavadito y cuando está cocido, lo dejamos enfriar. Una vez frío, lo podemos pelar o dejarlo así ya que la cáscara tiene mucha fibra.
Lo cortas en cuadros grandes y lo pones en la licuadora en velocidad media, hasta que quede como una masita. Lo pones en un recipiente y agregas un poco de queso rayado ( el que te guste o el que tengas en casa), añades dos huevos y lo revuelves.
Posteriormente, te untas un poco de aceite en la mano para que no se te pegue la masa y vas agarrando pequeñas cantidades, haces una bolita y la aplastas para hacer la tortita del tamaño y grosos de tu preferencia.
En un sartén pones aceite, calientas y vas poniendo las tortitas que vas haciendo, dejas que se doren un poquito, las volteas y listo.
Las puedes acompañar con arroz y una salsa.
Disfruta con tus seres queridos, que serán esas anécdotas las que te hagan saborear los recuerdos de la vida

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