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¡Qué mareo!

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Aunque cada vez nos movemos menos, nuestro cuerpo está diseñado para caminar. Así salieron nuestros antepasados de África y se dispersaron por todo el mundo. Moverse en automóvil es algo muy nuevo, si lo medimos con el reloj de la evolución. Y nuestro cuerpo sigue poniendo sus peros a estos viajes. En ocasiones, dependiendo del medio de transporte (y la pericia del conductor para no dar acelerones y frenazos), nuestro estómago se rebela y notamos sensación de náusea y malestar que se hace irresistible por momentos.

Es el cerebro el responsable último de esa sensación. Nuestro cuerpo tiene una serie de sensores que informan al cerebro sobre nuestra posición (tumbado, de pie, etc), y hacia donde nos dirigimos. Es la propiocepción, o percepción de nuestro cuerpo. Este sistema es responsable de que sepamos, cuando ponemos una mano en nuestra espalda, qué está haciendo y dónde está.

Aún hay otro sistema que detecta el movimiento, y está situado en el oído: el sistema vestibular. Estos sensores están acostumbrados a los vaivenes de nuestro caminar pero pueden no responder bien al traqueteo de un viaje. En estos casos, llega información contradictoria sobre nuestra posición y movimiento al cerebro, que no sabe cómo interpretar el malestar en el estómago.

Y opta por dar la orden de vomitar, por si la sensación de nausea pudiera deberse a la ingestión de alguna sustancia perjudicial.

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