Por: Verónica Juárez Piña
La defensa del Instituto Nacional Electoral (INE) y la oposición al Plan B que promueve el Presidente López Obrador, y aprobó una mayoría sumisa en el Congreso de la Unión, pintó de rosa al país. No sólo desbordó el Zócalo de la capital, sino que se manifestó en más de cien ciudades de México y el extranjero.
Por segunda ocasión, miles de ciudadanas y ciudadanos respondieron al llamado de 126 organizaciones civiles de salir a las calles a defender al organismo público autónomo que ha cumplido cabalmente con su función de organizar elecciones con certeza, legalidad, independencia, imparcialidad y objetividad y; sobre todo, que ha sido un factor fundamental para que México haya tenido cuatro alternancias en el gobierno federal, y decenas más en los gobiernos nacionales, de forma pacífica e impecable, lo que ha permitido estabilidad política en el país.
Los agravios, las descalificaciones y provocaciones de López Obrador e incondicionales no sólo incitaron a más personas a sumarse a la movilización, sino que exhibieron el rostro más intolerante y antidemocrático del Presidente, y su pequeñez como Jefe de Estado.
Pero a diferencia de la actitud atrabiliaria y bravucona de López Obrador, la concentración del 26 de febrero, igual que la del 13 de noviembre de 2022, fue una fiesta cívica y reflejó un creciente descontento por sus arrebatos autoritarios, la ineficacia de su gobierno y sus promesas incumplidas. Lo acepte o no López Obrador, la concentración del domingo 26 fue un plebiscito sobre su administración.
Como en los mejores tiempos de la lucha contra el régimen de partido único, la gente salió a las calles a defender al INE, la autonomía de la Suprema Corte de Justicia de la Nación y a exigir el respeto a la Constitución de la República. En síntesis, a defender la democracia que tanto nos ha costado construir.
Es por eso que comparto la convicción del Ministro en retiro José Ramón Cossío, orador en el Zócalo, junto con la periodista Beatriz Pagés, quien afirmó que “los procesos electorales previstos en la Constitución son la única manera de elegir y de renovar pacíficamente todo lo que aspiramos ser. Conforme a ese texto supremo, delegamos parte de nuestro poder soberano en representantes electos periódicamente. Si estos procesos no se realizan debidamente, una persona puede asumir que su proyecto de gobierno o de nación nos puede ser impuesto sin importar lo que pensemos.”
Eso es lo que salimos a defender ese domingo quienes nos sumamos a la concentración, pero también nuestro derecho a expresar de manera firme que no estamos de acuerdo en la manera en que López Obrador conduce al país, fomenta la polarización y desmantela instituciones para mantener, mediante el uso clientelar del presupuesto, la continuidad de un proyecto político que en tan poco tiempo ha defraudado la confianza de millones de mexicanas y mexicanos. Mi voto no se toca.
