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La felicidad que no llega

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Por: Fernando Plascencia

Quién dudaría que los mexicanos no somos una raza felizoide, que respondemos al llamado de la primera campana, que un momento, por más solemne que sea, lo convertimos en una celebración con danza, comida y bebida, no obstante, para una idea de felicidad contemporánea, los mexicanos no estamos en los primeros lugares de dicha.

Durante prácticamente toda la historia de Occidente se ha hablado de la felicidad, eso sí, de diversos entenderes. Una que sin duda llama la atención es la de la Grecia clásica, que entendió (la felicidad) como una teoría moral que tenía el objeto de buscarla por medio de la autorrealización y que, hay que decirlo, se alejaba de la idea de un simple estado emocional momentáneo, para centrarlo en un estilo de vida.

Sin lugar a dudas, lo anterior ya no lo tenemos como referencia, en cambio, ahora vemos ranking, notas en los medios de comunicación y hasta efemérides dedicadas a la felicidad, ¿acaso la felicidad es un tema que se ha puesto en el debate público y que su preocupación se ha extendido a otras esferas más allá de la individual? Si es así, claro que es momento de discutirla.

Es cierto que desde que se mide la felicidad (década de los setentas), hasta hoy, cada año aparece un índice que se ocupa y da información sobre el nivel de felicidad que viven las personas en el mundo. Eso quiere decir que por primera vez es visible lo que nos hace felices, pero también sabemos qué nos hace infelices.  

Lo divertido es que el índice este año marcó como desde hace años a los de siempre en los primeros lugares, a saber, a los señores de los hielos, los países nórdicos y, tristemente, a México en el lugar 36 de 137. Esto es revelador, los datos nos dicen que no somos tan felices como pensábamos y que, por encima de nosotros, se encuentran razas que por ningún motivo podemos considerar alegres, pero que se objetiva su felicidad.

Además, el índice tiene la finura de alinear la felicidad con el bienestar y el desarrollo, que es el meollo contemporáneo. Sabemos que muchos de los países en desarrollo no brindan eso a la ciudadanía, la trampa está, como ya seguramente se vislumbró, en entender la felicidad en términos de calidad de vida, de bienestar, de la transparencia, cantidad de años que se viven y por supuesto la libertad que cada individuo goza, lo que sumerge en los sótanos de la infelicidad a países subdesarrollados.

Muchos pensadores expresaron que de una vez por todas debía terminarse la idea que el Estado era el responsable de la felicidad de las personas, pues esta, se trataba de una mera subjetividad imposible de satisfacer individualmente en países de densidad de población alta, pero con esto, ¿dónde nos encontramos? A pesar de ello, muchos otros pensadores coinciden, en la necesidad de implementar procesos en los que nadie se quedara sin el goce de derechos igual a los demás, y que se favorecería a los más desprotegidos. ¿Eso daría felicidad? No se sabe, pero se crearía una base para que cada persona realizara su proyecto de vida.

Ante esta nueva situación a todos nos convendría ser felices, pero con la bicondicionante de que somos felices si y solo si tengamos buenos servicios de salud, se termine la corrupción en México y en Jalisco, le apostemos a verdaderos programas que beneficien a los más pobres y podamos vivir muchos más años sin preocupaciones como qué llevarnos a la boca todos los días. Me sumo a esa nueva visión de la felicidad.

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Periodista, resignado Atlista, enamorado de mi ciudad y de mi Estado. De L a V en punto de las 7am al aire @1070noticias http://bit.ly/oYJFU2