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El uranio, un elemento incomprendido

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El uranio es el elemento con un mayor número de protones en el núcleo que se puede encontrar en la naturaleza. O, al menos, que se puede encontrar en cantidades significativas durante un tiempo considerable.

Aunque pueda sonar raro, pese a la mala fama que tiene el uranio por su asociación con las bombas atómicas, en su estado “natural” este elemento es más peligroso por su toxicidad que por su radiactividad porque el isótopo más abundante del uranio, el uranio-238, es muy estable y apenas emite radiación.

De hecho, el óxido de uranio se lleva utilizando desde el año 79 a.C. para fabricar vidrio teñido con una tonalidad amarillenta o verdosa que, además, brilla bajo la luz ultravioleta. Aunque se trata de una técnica antigua, el verdadero “boom” de la producción de este tipo de cristal llegó entre las décadas de 1890 y 1920.

Eso sí, su uso en la actualidad es puramente ornamental porque, aunque el cristal contiene sólo un 2% de uranio y la mayoría está atrapado en el interior de su estructura vítrea, no se recomienda el uso de cristal de uranio para guardar comida o bebida, sobre todo durante periodos prolongados.

En el interior de la Tierra
Una propiedad que no es tan conocida del uranio es su densidad extrema: una botella de un litro llena de uranio pesaría 19,1 kilos. En comparación, la misma botella llena de agua pesaría 1 kg o 70 gramos si la llenáramos de hidrógeno líquido, para que podamos comparar los dos extremos.

Su densidad es el motivo por el que hay relativamente poco uranio sobre la superficie terrestre, en comparación con el que contiene en su interior: durante la formación de la Tierra, los elementos más densos que contenía tendieron a hundirse poco a poco hacia el centro del planeta por la acción de la gravedad, de manera que la mayor parte del uranio (junto con otros elementos densos como el oro, el hierro o el níquel) está encerrada en las profundidades de nuestro planeta.

De hecho, se calcula que existe tanto uranio en el interior de nuestro planeta que su radiactividad es la responsable de casi la mitad del calor interno de la Tierra. Este calor nos viene de perlas, porque gracias a él existe la capa de metal fundido alrededor del núcleo que posibilita la existencia de nuestro campo magnético. Y, si no fuera por la acción protectora del campo magnético, el viento solar arrancaría poco a poco nuestra atmósfera, lo que nos dejaría expuestos a la intensa radiación ultravioleta del sol. La radiación UV es molesta porque nos quema la piel, por supuesto, pero también tiene la capacidad de separar el agua en hidrógeno y oxígeno por lo que, sin una atmósfera, los océanos terminarían desapareciendo y la Tierra se volvería un lugar estéril… Que es precisamente lo que le pasó a Marte.

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