Sin embargo, esta contabilidad es claramente una exageración, a raíz de algunos estudios recientes. De hecho, los pensamientos sexuales no son tan frecuentes como se cree, aunque es difícil dar una cifra exacta. Las investigaciones disponibles arrojan números inferiores a los que tenemos en mente cuando hablamos del asunto. Según un estudio de 2011 de la Universidad Estatal de Ohio, que aplicó unos contadores a los participantes, los hombres piensan en el sexo diecinueve veces al día, y las mujeres, diez. Por su parte, una encuesta llevada a cabo por el psicólogo social Wilhelm Hofmann para la Booth School of Business registra cifras incluso menores. En todo caso, estamos lejos del manido “los hombres siempre están pensando en lo único”.
¿De dónde viene entonces la idea de que los pensamientos eróticos son omnipresentes? La psicóloga Terri Fisher, directora del citado estudio realizado en internet junto a su equipo de investigación de la Universidad Estatal de Ohio, aventura una hipótesis: la obsesión erótica está bien vista y las personas que más fantasean con el sexo –en su investigación un hombre alcanzaba los 388 pensamientos diarios y una mujer, 280– alardean de ello. Para llevar a cabo su experimento utilizaron «contadores de clics». Se los dieron a 283 estudiantes universitarios divididos en tres grupos y les pidieron que presionaran y registraran cada vez que pensaran en sexo, comida o sueño. En el estudio, el hombre promedio tenía 19 pensamientos sobre sexo al día. Una cifra mayor que la de las mujeres, que registraban aproximadamente 10 pensamientos al día.
Sin embargo, los hombres también tenían más pensamientos sobre la comida y el sueño, lo que sugiere que quizá ellos son más propensos a tener impulsos placenteros en general. En todo caso, concluía Fisher, tener la mente ocupada con el erotismo y hablarlo en público se suele relacionar, falsamente, con una intensa vida sexual. No ocurre así, por ejemplo, con la comida o el sueño, dos necesidades básicas que ocupan buena parte de nuestra vida mental y de las que normalmente no nos vanagloriamos.