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¿Realmente las enfermedades mentales llevan asociadas más violencia?

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El 24 de marzo de 2015, el vuelo 9525 de Germanwings se estrelló en los Alpes franceses, matando a los 144 pasajeros y seis miembros de la tripulación que iban a bordo. En los días subsiguientes, los investigadores comenzaron a sospechar que el copiloto Andreas Lubitz había estrellado deliberadamente el avión. Y cuando se conoció que Lubitz tenía un historial de depresión algunos cuestionaron si pilotos con condiciones mentales similares deberían tener permitido volar.

«Time to Change» («Hora de Cambiar»), una campaña de las ONG Mind y Rethink Mental Illness que busca acabar con la discriminación contra las personas que sufren de enfermedades mentales, emitió un comunicado conjunto pidiéndole al público que evitaran asumir que todas las personas con depresión harían lo mismo que Lubitz.

Las estadísticas de la campaña sugieren que tal asunción podría ser prevalente: dicen que más de un tercio de la población cree que las personas con problemas mentales tienen mayores probabilidades de ser violentas.

Pero los números asociados con violencia criminal cuentan otra historia. Un estudio revela que sólo 1% de las víctimas de crímenes violentos creían que el incidente se debió a que el atacante padecía de una enfermedad mental.

En Reino Unido, entre el 50% y el 70% de los casos de homicidio que ocurren anualmente involucran a personas que sufrían de un problema mental en el momento de cometer el crimen, pero estas sólo representan una minoría pequeñísima de los siete millones de personas que se estima tienen una enfermedad mental significativa en un momento determinado.

Así que es improbable que las personas con enfermedades mentales cometan homicidio. ¿Pero qué puede decirse de la violencia más común?

La influencia de las sustancias
Uno de los estudios citados con más frecuencia es el MacArthur Violence Risk Assesment Study, conducido en 1998 en Estados Unidos.

El estudio hizo seguimiento a más de 1.000 personas por hasta 10 semanas al año después de que hubieran dejado el hospital psiquiátrico. Estas personas fueron comparadas con otras que vivían en los mismos vecindarios y que no habían estado hospitalizadas.

En términos generales, no hubo diferencia entre los dos grupos en términos de nivel de violencia que perpetraron, a menos que hubiera alcohol o drogas de por medio.

Tanto los antiguos pacientes como otras personas del vecindario tuvieron más probabilidades de comportarse en forma violencia si mostraban señales de haber abusado de estas sustancias, comparados con otros miembros de la comunidad.

Pero la enfermedad mental en sí no fue suficiente para hacer a las personas más violentas.

Psicosis y violencia
Hay ciertos diagnósticos de salud mental que están más asociados en la violencia en la percepción del público en general. Por ejemplo, la psicosis. Pero, de nuevo, la mayoría de personas con psicosis no son violentas.

Hay casos en que la gente cree que fuerzas externas controlan su mente, y algunos de los primeros estudios encontraron que esto podía llevar a un incremento en el riesgo de violencia, pero otra línea de datos del MacArthur Violence Risk Assessment Study sugiere que este tipo de pensamiento delirante no está asociado con más violencia.

Así que, si no hay conexión, ¿por qué hay una mayor tasa que el promedio de enfermedades mentales, generalmente no tratadas, dentro de las poblaciones penitenciarias?

Hay muchos factores en juego. Las carencias incrementan el riesgo de que las personas cometan crímenes, y también de desarrollar problemas mentales, así que es difícil desenmarañar todos estos factores.

Y aquellos que han examinado el asunto en detalle apuntan a que las cifras no demuestran que los problemas de salud mental son los que de hecho llevaron a los delincuentes en prisión a cometer sus delitos.

De nuevo, sin embargo, el abuso de sustancias puede ser un factor en las estadísticas penitenciarias. Una investigación de 1988 que examinó las tasas de arresto en una muestra de pacientes con problemas mentales encontró que aquellos con un diagnóstico de consumo excesivo de alcohol o uso de drogas eran arrestados más veces durante su vida adulta.

Manejo de la frustración
Pero incluso si las personas con problemas mentales no representan una amenaza violenta para la comunidad, ¿qué puede decirse de la violencia que el personal que trabaja en las alas cerradas de los hospitales psiquiátricos a veces encuentran?

En Estados Unidos se estima que entre el 40 y el 50% de los médicos de menos experiencia que trabajan durante sus cuatro años de entrenamiento en el área psiquiátrica serán objeto de un ataque violento en algún momento.

Una investigación interesante llevada a cabo en Reino Unido encontró que tales ataques –aunque aterradores para el personal- típicamente no ocurrían de la nada.

Los investigadores entrevistaron a enfermeras y doctores durante una ventana de tres días después de un incidente violento y encontraron que en la mayoría de los casos la violencia ocurría porque la enfermera le pedía al paciente hacer algo que éste no quería hacer.

En otras palabras, el desencadenante para estos ataques podría haber sido la frustración, no la enfermedad mental por sí sola.

El estudio encontró que sólo una minoría de pacientes se comportaba en forma agresiva en ausencia de un detonante.

No podemos saber a ciencia cierta si una persona que no padeciera de un problema mental reaccionaría de la misma forma ante tal frustración, ya que eso no ha sido estudiado.

Las iniciativas para reducir el número de incidentes violentos que han tenido éxito sugieren que estos no son la consecuencia inevitable de la enfermedad.

Prevenir, más que lamentar
El contexto también hace una diferencia. Un estudio encontró que había más violencia cuando el ambiente era ruidoso y no placentero.

Y que los incidentes son más comunes en la tarde y temprano en la mañana, así que garantizar que hay suficiente personal disponible a esas horas para responder a las preguntas de los pacientes puede ayudar a evitar incidentes violentos.

Una intrigante investigación holandesa involucraba intervenir un ala psiquiátrica por tres meses y comparar los efectos con dos grupos de control donde las cosas se manejaban como de costumbre.

Todos los pacientes en el ala intervenida recibieron explicaciones detalladas de cómo funciona todo, por qué las puertas son cerradas, cuándo las personas pueden irse, cuándo el personal está disponible y cómo hacer citas con los psiquiatras.

La idea era reducir las fuentes de frustración e incertidumbre tanto como fuera posible. Los investigadores encontraron que este método sí llevaba a la reducción del número de incidentes violentos pero, curiosamente, dichos incidentes también se volvieron más poco frecuentes en los dos grupos de control.

Los autores apuntan que simplemente llevar un registro de los incidentes puede hacer una diferencia.
Tal vez el estudio puso a pensar a todo el personal en cómo evitar situaciones que llevaran a estos incidentes en primer lugar.

Es cierto que ha habido casos individuales en que personas con problemas mentales han cometido crímenes violentos.

En ocasiones, ciertos aspectos de la enfermedad mental en sí misma pueden haber contribuido, pero es un mito pensar que en general las personas con problemas mentales representen una amenaza mayor que el resto.

Fuente: BBC

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