En el año 1999, la revista ArtNews realizó una encuesta entre artistas, historiadores de arte y otros expertos del mundo del arte, planteando una simple pregunta: ¿quién es el artista más influyente del siglo XX? La respuesta podría haber sido Salvador Dalí, Pablo Picasso, Jackson Pollock, Andy Warhol, Kandinsky… y, sin embargo, el elegido fue Marcel Duchamp.
Este artista francés, cuya obra más conocida es La fuente (también conocida como El urinario), es el padre de lo que se ha venido llamando arte conceptual, es decir, aquel que parte de una idea original cuya importancia es mayor, incluso, que la de su aspecto. La idea caló con fuerza, hasta el punto de que algunas obras realmente sencillas, como la Mierda de artista (enlatada) o el Dibujo borrado de Kooning alcanzan precios elevadísimos, incluso millonarios, en el mercado.
Otra de las obras más representativas (y caras) del arte conceptual es Comediante, más conocido como la banana de Cattelan: una obra de arte creada con esta fruta pegada a la pared con un trozo de cinta adhesiva. Para quienes tengan curiosidad, sepan que el artista compró los plátanos por unos 30 centavos en Miami (26 céntimos), pero el precio de la obra, en 2024, alcanzó el precio de 6.2 millones de dólares después de que la adquiriera un multimillonario empresario de criptomonedas.
Desde su creación en 2019, la banana de Cattelan ha protagonizado todo tipo de situaciones. Ha sido considerada como un genial “símbolo del comercio mundial” por la crítica, al mismo tiempo que se volvía viral en internet y provocaba colas interminables para verse en las exposiciones. Incluso ha sido objeto de actos vandálicos como grafitis en los que se ha escrito que “Epstein no se suicidó”.
Comerse la banana
Ahora, Comediante ha vuelto a sufrir un percance en el museo Pompidou Metz de Francia, donde se encuentra actualmente expuesta. Un incidente que podría, a priori, considerarse irreversible, dado que un hombre que se encontraba de visita en el museo se comió la famosa banana.
El incidente ocurrió alrededor del mediodía del sábado, cuando un hombre que se hacía llamar Peter visitó la exposición y, cogiendo el plátano y afirmando estar sorprendido del multimillonario valor de la obra, lo peló y se lo comió.
El equipo de seguridad intervino entonces sin grandes altercados, y además, al parecer, tampoco sin poner ninguna denuncia. Además, el plátano fue repuesto posteriormente en la pared, algo que, de hecho, se realiza con frecuencia (entre 7 y 10 días) ya que al ser una fruta real requiere ser renovada con cierta periodicidad.
De esta manera, no parece que la decisión del hombre haya resultado en consecuencias irreversibles… salvo por un posible nuevo aumento de valor de la obra de arte.
Así ocurrió, al menos, cuando otro artista, David Datuna, llevó a cabo una performance llamado Artista Hambriento en la que se comía la pieza en la misma feria en la que se presentó.
Este tipo de actos, al contrario de lo que podría ocurrir con las obras de arte figurativo, como los cuadros que solemos ver en los museos, no afectan a la obra de arte, o al menos a su valor. Al fin y al cabo, lo que se paga es la idea de la obra y la capacidad de reproducirla oficialmente.
La banana de Cattelan viene con un certificado de autenticidad que es insustituible, pues solo lo posee el dueño de la obra auténtica, así como con una serie de instrucciones que indican a qué altura debe pegarse el plátano, entre otras cuestiones que hacen de la idea el verdadero activo de la obra. Casi 60 años después de su muerte, Duchamp parece ser más influyente que nunca.