Un devastador terremoto de magnitud 7.7 sacudió el centro de Birmania el pasado viernes, dejando un saldo trágico que, según la junta militar del país, asciende a 694 muertos y 1,670 heridos. Las autoridades han advertido que estas cifras podrían aumentar a medida que se restablezcan las comunicaciones y se acceda a las áreas más afectadas.
El sismo, que fue seguido por una réplica de 6.7 en la misma región, ha causado destrucción a gran escala. Edificios colapsados, carreteras abombadas y puentes derribados son solo algunas de las imágenes que surgen de las zonas impactadas. La región de Mandalay, que ha sufrido el mayor impacto, reporta 68 personas desaparecidas, lo que sugiere que el número de víctimas podría ser aún mayor.
La magnitud del desastre ha llevado a la comunidad internacional a expresar su preocupación, ya que Birmania enfrenta un contexto complicado debido a su situación política y social. Desde el golpe de Estado de 2021, el país ha estado bajo un régimen militar que ha restringido el acceso a información y ha dificultado las labores de rescate y ayuda humanitaria.
Expertos del Servicio Geológico de Estados Unidos han calificado este evento sísmico como el más potente registrado en Birmania en un siglo, lo que subraya la gravedad de la situación. A pesar de los esfuerzos de las autoridades, la falta de acceso a algunas áreas controladas por grupos armados puede estar limitando la comprensión completa de la magnitud del desastre.
Las comunidades afectadas enfrentan un futuro incierto, mientras los organismos de socorro intentan evaluar las necesidades y proporcionar asistencia a los sobrevivientes. La respuesta internacional queda a la expectativa, ante la urgencia de apoyar a un país que ya lidia con múltiples crisis.
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