En los Juegos Paralímpicos de París 2024, José Arnulfo Castorena volvió a entonar el Himno Nacional Mexicano, tras ganar el oro en la final de natación categoría SB2. A sus 46 años de edad, acumula un total de siete medallas.
Sin embargo, su éxito tiene detrás una gran historia de superación personal y ambición de ser “el número uno”, según describió el propio José Arnulfo.
Nacido en Guadalajara, Jalisco, Castorena Vélez afrontó la adversidad desde que llegó al mundo, pues de sus padres el único recuerdo que tiene son los apellidos. El 27 de mayo de 1978 su madre entró al hospital para darlo a luz, pero no sobrevivió al parto.
Arnulfo nació con malformaciones en las piernas y un brazo, su padre fue notificado del diagnóstico y en lugar de afrontar el panorama, lo abandonó y ya no supo nada de él. Su abuela materna, la señora Todosia, fue quien asumió esta responsabilidad, lo crió los primeros años de su vida hasta que entró a un programa de rehabilitación en la Ciudad de México.
Allí ingresó a un internado dirigido por monjas y su vida se cruzó con Sor Chiva, religiosa de la congregación apodada así por su afición al equipo rojiblanco. Ella se encargó de llevarlo a una alberca y descubrieron su facilidad para nadar, José Arnulfo se adaptó al agua y se perfiló a ser un atleta.
Pero a los 12 años volvió a Guadalajara por la muerte de su abuela y se encargó de cuidar de una de sus tías. En la ciudad su panorama cambió por completo pues su contexto se involucró con la violencia, las drogas y la escasa economía que su familia, con la que llegó, tenía.
“Tantas cosas feas a mi alrededor, pero nunca me hizo sentir mal. Sobre todo la drogadicción, porque veía cómo mi familia se drogaba delante de mí, yo tenía en mis manos, a veces, la droga. Yo pensaba y decía: ‘Si ellos lo hacían ¿por qué yo no?’ quería saber qué se sentía, pero, nunca se me dio hacerlo”, expresó.
A pesar de las adversidades, buscó oportunidades de seguir nadando, por ello se acercó a las fuentes de Guadalajara y al no tener los medios para pagar un programa de entrenamientos en los centros deportivos, se mudó a las calles para seguir preparándose.
Reconoció que tuvo que superar esa complicada situación vendiendo chicles, trabajó en las calles limpiando parabrisas y, para no perder sus habilidades como atleta, se iba a nadar a las fuentes, lugar en donde llegó a rescatar a un niño que estuvo a punto de ahogarse.
“Viví entre fuego, pero nunca me quemé, fui una persona muy fuerte a pesar de cosas que me hacía mi familia. Nunca tiré la toalla, nunca me imaginé ser un gran deportista”.
Su ambición de llegar lejos le permitió conocer a un funcionario del Consejo Estatal del Deporte de Jalisco (CODE) y con 18 años fue invitado a un programa de alto rendimiento, en el que, a partir de ese momento inició con su preparación profesional en el deporte adaptado.
Su primera medalla cayó en Sídney 2000 con un oro en la prueba de 50 m braza SB2. También tiene medallas en Atenas 2004, Londres 2012, Tokio 2020 y París 2024. Ahora apunta a Los Ángeles 2028.
“Dios quiera llegar a Los Ángeles, se necesita trabajo y disciplina, buscar nuevamente podio. Buscaremos llegar a Los Ángeles”.
En la actualidad está casado con María Concepción Martínez Ibarra y tiene dos hijas, su esposa se volvió su auxiliar técnica y con ella festejó el oro en París 2024.