Por: Yuri Guzmán
Iniciar -como este lunes- un ciclo académico en nivel superior siempre genera diversas opiniones y percepciones entre los estudiantes. Una de las más frecuentes es la comparación sobre la dificultad de las carreras, acompañada de comentarios como “X carrera es fácil” o “la mía es muy difícil”. Sin embargo, estas afirmaciones deben abordarse con una visión más matizada y objetiva, ya que la dificultad de una carrera no puede ser medida únicamente por su carga académica o por la percepción subjetiva de los estudiantes.
En primer lugar, es importante reconocer que la dificultad de una carrera depende de múltiples factores. Entre ellos, las habilidades y capacidades del propio estudiante, sus intereses, motivaciones, estilo de aprendizaje y apoyo externo. No existe un dato científico concluyente que establezca que una carrera es universalmente más difícil que otra. Por ejemplo, según un estudio de Harvard University, carreras como Medicina, Ingeniería Química y Matemáticas Aplicadas presentan una carga académica significativa, incluyendo horas de estudio, laboratorios y proyectos; sin embargo, esto no implica que sean intrínsecamente más difíciles, sino que demandan diferentes tipos de habilidades y dedicación.
Por otro lado, carreras como Relaciones Públicas, aunque puedan parecer menos exigentes desde el punto de vista técnico, requieren un alto nivel de creatividad, estrategia y habilidades interpersonales. La complejidad en este caso radica en la capacidad para entender y gestionar dinámicas sociales, desarrollar campañas efectivas y adaptarse rápidamente a los cambios del entorno comunicacional. Es decir, cada carrera tiene su propio conjunto de desafíos y competencias que deben ser valorados sin prejuicios.
Vamos a las estadísticas para entender esta diversidad. De acuerdo con datos del Instituto Nacional de Estadística y Geografía (INEGI), en México, la tasa de desempleo para los egresados universitarios varía según la carrera, pero en general, la inserción laboral y la percepción de dificultad no están directamente relacionadas. Por ejemplo, carreras técnicas o de menor duración, como Administración o Derecho, tienen tasas de inserción similares a las de carreras más largas y complejas como Medicina o Ingeniería. Esto refuerza la idea de que la dificultad no determina el éxito profesional ni la valía del esfuerzo realizado.
Es fundamental, además, evitar la soberbia o la percepción de superioridad que a veces surge al comparar carreras. Decir “mi carrera es más difícil” o “la otra es más fácil” puede ser una forma de menospreciar el esfuerzo de otros estudiantes y generar un ambiente de competencia poco saludable. Cada quien enfrenta desafíos diferentes, y el éxito depende en gran medida de la dedicación, perseverancia y pasión por lo que se estudia.
A partir de lo apuntado, diríamos que la elección de una carrera debe basarse en los intereses y metas personales, no en percepciones de dificultad. La diversidad de habilidades y talentos en los estudiantes enriquece el entorno académico y profesional. Reconocer que todas las carreras tienen su propio nivel de exigencia y que el esfuerzo y compromiso son los verdaderos factores que determinan el éxito es la clave para fomentar una visión más respetuosa y realista del mundo universitario. La humildad y el reconocimiento del valor en cada esfuerzo son esenciales para construir un entorno académico y laboral más colaborativo y equitativo.