Yuri Guzmán
Las torrejas mexicanas, ese manjar que despierta los sentidos y hace que hasta el más serio de los abuelos suelte una sonrisa, tienen una historia tan rica como su sabor. Originarias de la época colonial, estas delicias se convirtieron en el postre favorito de las familias mexicanas, especialmente durante la Cuaresma y Semana Santa, cuando la abstinencia de carne se suaviza con un toque dulce y crujiente.
Imagina a nuestras abuelas, ataviadas con sus delantales floreados, en la cocina, mientras el aroma de la canela y el piloncillo inunda el aire. Con una cuchara en mano y una sonrisa pícara, van empapando el pan en una mezcla de leche, huevo y esa pizca de amor que solo ellas saben dar. ¡Ay, pero no se engañen! Si algo aprendieron nuestras abuelas es que la cocina es un arte donde la improvisación es la verdadera reina. Y si se les acaba el pan, ¡pues que no cunda el pánico! Unas tortillas viejas o un poco de bolillo también pueden hacer el truco. ¡Eso sí, con un toque de humor, porque aquí no se desperdicia nada!
Las torrejas son como un abrazo cálido en forma de postre. Su textura crujiente por fuera y suave por dentro es el resultado de un proceso que, aunque parece sencillo, requiere la sabiduría de generaciones. Y para aquellos que creen que solo son un dulce, ¡ay, cómo se equivocan! Son la excusa perfecta para reunir a la familia, contar historias de antaño y recordar que en México, hasta los postres tienen su carácter.
Y no podemos olvidar el toque de picor que le da esa tradición de acompañarlas con miel o jarabe de piloncillo. Cada bocado es una explosión de sabores que nos hace sentir orgullosos de nuestras raíces. Porque, al fin y al cabo, ¿qué es México sin un poco de dulzura y una buena dosis de risa?
Así que, la próxima vez que disfrutes de unas torrejas, recuerda que no solo estás saboreando un postre, sino también un pedacito de historia, un guiño a la creatividad de nuestras abuelas y una invitación a celebrar la vida con alegría, porque en México, hasta en la Cuaresma, la risa y el buen comer siempre tienen un lugar asegurado. ¡Salud y a disfrutar!
Ingredientes:
4 panes bolillos
4 huevos
100 g de harina
Aceite
Para el Sirope o Jarabe:
1 L de agua
½ kg de piloncillo
2 rajitas de canela
4 anís de estrella
Procedimiento:
Corta los panes bolillos en rebanadas de aproximadamente 1.5 a 2 cm de grosor, dóralos en sartén por ambos lados sin que lleguen a quemarse o dorarse demasiado.
Bate las claras hasta que hagan picos y posteriormente pon las yemas poco a poco y continúa batiendo hasta que se integren bien, pero con mayor suavidad para que no se caigan los picos.
Agregar poco a poco la harina y continúa incorporando suavemente y con movimientos envolventes.
Una vez que se agregue toda la harina y tengas la mezcla lista, coloca el aceite para freír en un sartén y pon al fuego para que se caliente.
Una vez bien caliente el aceite, pasa por la mezcla que hiciste cada rodaja de pan hasta que quede completamente cubierta por ambos lados y ponlos a freír.
Cuando estén doraditas, dales vuelta para freír por ambos lados y cuando vayas retirando del fuego, colócalas en un plato con papel absorbente para retirar el exceso de grasa.
Para preparar el sirope o jarabe, coloca el agua en una olla con el piloncillo, el anís y la canela y pon al fuego para que hierva a fuego medio por unos 45 minutos aproximadamente o hasta que se ha diluido el piloncillo. Cuando esto quede, cuela y reserva.
Finalmente, agrega las torrejas a la olla donde preparaste el jarabe de piloncillo y deja que absorban durante unos minutos y listo, a disfrutar.
Disfruta con tus seres queridos, que serán esas anécdotas las que te hagan saborear los recuerdos de la vida

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