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Pasión por el miedo

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¿Por qué algunas personas, desafiando el instinto de conservación, se apasionan por deportes de riesgo? ¿Por qué algunos disfrutan con las historias de miedo? Curiosamente disfrutar de una golosina y el gusto por las actividades peligrosas o las historias de miedo pueden surgir de la misma zona del cerebro: el sistema de recompensa del cerebro.

Este circuito proporciona placer cuando hacemos alguno bueno. Y ese «algo bueno» abarca un amplio abanico de posibilidades, incluida la de que algo malo deje de ocurrir. Es lo que pasa en los deportes de riesgo: cuando uno se lanza desde un puente atado a una cuerda, en parapente, o en paracaídas siempre hay una posibilidad de que algo salga mal.

Para el cerebro que esa aventura concluya bien es algo a resaltar de manera muy perceptible. Se pone en marcha un neurotransmisor llamado dopamina que esta implicado en esa sensación de placer (la que produce el «subidón»). Igual ocurre en las películas o historias de miedo. En ambos casos la adrenalina se libera en grandes cantidades. Y esta hormona que actúa también como neurotransmisor tiene la virtud de amplificar las sensaciones.

Además el sistema de recompensa está conectado con el hipocampo y la amígdala, dos estructuras importantes para poner una etiqueta emocional a los recuerdos. La conciencia realzada, la aceleración intensa y los recuerdos vívidos que producen estas situaciones de miedo hacen que esta experiencia se etiquete en algunos cerebros como altamente placentera. El requisito para que vuelva a repetirse.

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