Por: Carlos E. Martínez Villaseñor
Mientras en Palacio Nacional se detallan cifras, avances y logros, en Jalisco se intenta construir una narrativa propia, a veces paralela, a veces contradictoria. El primer informe de la presidenta de México, ha dejado claro que el eje del gobierno federal será la continuidad con matices, sobre todo en programas sociales, infraestructura nacional y transformación tecnológica. Sin embargo, al comparar ese discurso con la realidad cotidiana que se vive en Jalisco, surge una interrogante inevitable: ¿hablamos del mismo país?.
El gobierno de Pablo Lemus ha querido posicionarse como un nuevo estilo de gobernar: más ejecutivo, más cercano a lo empresarial, más “tapatío” en esencia. En su primer año como gobernador, ha enfrentado una presión heredada; inseguridad, movilidad, agua, salud, gobernabilidad; y una exigencia creciente por demostrar que su estilo no es solo mediático. Mientras el discurso federal apuesta por el Estado como garante del bienestar, en Jalisco se impulsa la colaboración público-privada como fórmula mágica, aunque a veces sin suficiente base institucional.
Claudia Sheinbaum habló de infraestructura, de salud, de continuidad en becas y de avances en seguridad. Jalisco también presume obras, pero aquí la pregunta que flota es otra: ¿hay agua en los hogares?, ¿hay medicamentos en los centros de salud?, ¿hay infraestructura urbana funcional?, ¿hay seguridad en las calles?. La ciudadanía no vive de informes, vive de hechos. Y aunque ambos niveles de gobierno prometen, la realidad exige resultados.
El dilema no es quién gobierna mejor, sino quién entiende mejor lo que está en juego. En Jalisco, se ha apostado por grandes anuncios de inversión tecnológica, relocalización industrial y desarrollo digital. Pero aún falta trazar la ruta social, que haga que esos beneficios se vean reflejados en el día a día de los ciudadanos: transporte público digno, seguridad efectiva, escuelas equipadas, colonias sin violencia. El informe presidencial habló de justicia social. En Jalisco, urge que esa justicia no se quede en presentaciones, ni en slogans.
Ambos discursos tienen mérito, pero también ausencias. Del lado federal, no hubo autocrítica. Del lado estatal, no hay aún visión clara de largo plazo. Mientras la Federación promete continuidad transexenal, Jalisco vive una transición interna donde Morena, PAN, PRI, Movimiento Ciudadano y grupos económicos compiten por imponer rumbo. Y en medio, la ciudadanía, que solo exige gobernabilidad y certezas.
En tiempos de polarización, hay algo más valioso que aplaudir o criticar: contrastar. Porque solo contrastando se ve con claridad. Lo que falta. Lo que sobra. Lo que urge. El primer informe presidencial mostró una narrativa estructurada, respaldada por datos y con rumbo definido. En Jalisco, se siente una narrativa aún en construcción, con piezas dispersas, algunas firmes, otras improvisadas. A un año de su gobierno, Lemus tiene aún la oportunidad de construir un relato propio que no sea solo reacción o réplica, sino visión de Estado.
En este escenario, el ciudadano común se convierte en el verdadero termómetro. ¿Tiene agua?, ¿tiene medicinas?, ¿hay calles sin baches?, ¿hay hospitales funcionando?, ¿hay policías confiables?, ¿hay infraestructura que resista una lluvia intensa?. No es un asunto de ideologías, sino de realidades. Y ahí, ni la Federación ni el Estado pueden fallar.
El reto es grande, pero no imposible. Ambos gobiernos, federal y estatal, deben entender que gobernar no es solo comunicar lo hecho, sino escuchar lo pendiente. La ciudadanía ya no aplaude por lealtad, sino por resultados. En esa lógica, el informe más valioso no es el que se da desde tribuna, sino el que se construye en la calle, todos los días, con hechos.