Por: Yuri Guzmán
En muchas familias, la disputa por bienes heredados ha dejado heridas profundas y, en algunos casos, la destrucción de vínculos que deberían ser irrompibles. La realidad es que, según estadísticas recientes, aproximadamente el 50% de las disputas familiares en América Latina están relacionadas con herencias y reparto de bienes, evidenciando una problemática social que va más allá de lo económico y se adentra en lo emocional y cultural. Este fenómeno revela no solo la codicia, sino también una visión equivocada sobre el valor del esfuerzo y la construcción personal.
Las peleas por herencias suelen centrarse en bienes materiales: casas, terrenos, cuentas de ahorro, objetos de valor. Sin embargo, es importante cuestionar: ¿vale la pena dividir una familia por algo que no se construyó con esfuerzo propio? La historia y la estadística muestran que la mayoría de los bienes heredados son fruto del trabajo de generaciones anteriores, muchas veces adquiridos tras sacrificios y privaciones. La Fundación para el Estudio de la Herencia y la Familia señala que, en muchos casos, la disputa familiar por estos bienes termina en procesos legales largos, costosos y desgastantes, que en última instancia dejan a todos los involucrados con heridas abiertas y relaciones dañadas.
Desde una perspectiva filosófica y ética, pelear por una herencia equivale a vivir de las sobras del pasado. Es como si se valorara más el patrimonio material que las enseñanzas, valores o la unión familiar. En contraste, trabajar por nuestros propios sueños y construir un futuro desde cero brinda una satisfacción mucho más duradera y enriquecedora. La verdadera riqueza, como bien señala la parábola del evangelio, no está en los bienes acumulados, sino en la capacidad de crear, en la experiencia adquirida y en los valores que transmitimos a las futuras generaciones.
Estadísticas muestran que las personas que invierten en su desarrollo personal y en la creación de sus propios proyectos tienen un menor riesgo de verse envueltas en conflictos familiares. Además, la Organización Mundial del Trabajo destaca que la producción y el trabajo digno son factores clave en la satisfacción personal y en la estabilidad social. La tendencia actual, sin embargo, revela un incremento en los problemas legales por bienes que no han sido generados por los herederos, sino heredados de manera pasiva, generando conflictos que, en muchos casos, podrían evitarse con una cultura de valores y responsabilidad.
Las palabras que escuché en misa recientemente resumen esta reflexión: “Eviten toda clase de avaricia, porque la vida del hombre no depende de la abundancia de los bienes que posea”. La parábola del hombre rico, que acumuló graneros y planes de descanso, solo para morir esa misma noche, nos recuerda lo efímero de las posesiones materiales. La verdadera riqueza está en cómo vivimos y en los valores que dejamos como legado, no en lo que acumulamos.
En conclusión, las disputas por herencias representan una visión materialista y cortoplacista de la vida, que distorsiona los valores de trabajo, esfuerzo y solidaridad familiar. La historia está llena de ejemplos de personas que, en lugar de pelear por migajas, han construido su propio camino con esfuerzo, creatividad y perseverancia. La verdadera herencia que debemos dejar no es una propiedad o un dinero, sino un ejemplo de lucha, integridad y amor familiar. Solo así podremos transformar la codicia en un legado de inspiración y dignidad, y entender que la riqueza verdadera reside en la calidad de nuestras acciones y en los valores que transmitimos a las generaciones futuras.