En una sala de la Americas Society, en el norte de Manhattan, descansan los «útiles sonoros» de Joaquín Orellana, instrumentos musicales que parecen de otro planeta pero que salieron de la extraordinaria imaginación del artista guatemalteco que, fascinado con la música electrónica en los años 60, y empujado por la falta de tecnología en su país, se lanzó a reproducir esos sonidos.
Expuestos por primera vez en EE.UU., los visitantes de la muestra de instrumentos, titulada «The Spine of Music» (La espina dorsal de la música) en honor al particular aspecto de su Imbaluna (1984), se adentran en el mundo mágico de Orellana de ondulaciones infinitas, placas metálicas de aspecto monstruoso o regaderas modificadas que emiten misteriosos sonidos.