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López Obrador: fe y esperanza

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Por: José Ángel Gutiérrez
Si en una palabra debiéramos definir al incipiente gobierno federal, que desde el sábado encabeza formalmente Andrés Manuel López Obrador, sin duda esta debería ser: Esperanza. En un país que se encuentra sumergido en sus problemas a causa de la inseguridad y la injusticia como una constante, no queda de otra. Casi pareciera se trata de la última oportunidad.
Y si alguien lo tiene claro, ese es Andrés Manuel. El reto que pesa sobre sus hombros es enorme. No puede, no debe fallar. Lo dijo de forma reiterada en los actos de inicio de su gobierno. Y su mayor dificultad será -contra lo que pudiera creerse- infundir la misma ilusión, la misma esperanza, entre quienes conforman su equipo de trabajo, transmitirla adecuadamente a los poderes legislativo y judicial, a los empresarios, los sindicatos, los partidos políticos y a los múltiples organismos de la sociedad civil y, en conjunto, trabajar para que se cumpla la expectativa. Y no menos difícil: convencer a sus cercanos para que se conduzcan con humildad y todo lo que ello implica, principalmente llevando una vida austera y sencilla, alejada de la opulencia a la que muchos de ellos están acostumbrados.
Con su toma de posesión en San Lázaro y con el emotivo y simbólico acto en que recibió el bastón de mando de los pueblos indígenas en una abarrotada Plaza de la Constitución, López Obrador no culminó uno de sus mayores anhelos (llegar a la Presidencia), sino que inició apenas el mayor reto de su vida: lograr de forma pacífica la transformación nacional.
La esperanza a la que hizo referencia durante tanto tiempo, es ahora la que enmarca el arranque de su gobierno y, satisfacer la expectativa, debe ser su meta.
Esperanza… La Real Academia de la Lengua Española la define como un “estado de ánimo que surge cuando se presenta como alcanzable lo que se desea”. Desde la visión cristiana se le concibe como una “virtud teologal por la que se espera que Dios dé los bienes que ha prometido”. Existe también una concepción desde el ámbito educativo, a partir de la Pedagogía de la Esperanza, impulsada por Paulo Freire, que se refiere a esta como una necesidad ontológica, lo que nos mueve, lo que nos marca una dirección.
De todas las acepciones, en apariencia el neo presidente quiere apegarse más a la religiosa, aquella que se fundamenta en la fe y a partir de la misma, pretende mover conciencias regresando al fomento de los valores.
Su discurso está cargado de valores religiosos. Su mensaje se sustenta casi de manera puntual en los Mandamientos de la Iglesia Católica (por citar: no matarás, no robarás, no darás falso testimonio ni mentirás, no codiciarás los bienes ajenos), pero igual se apega a la doctrina filosófica del budismo, fundamentada en no ocasionar daño al prójimo, no reprimir, no aferrarse a nada material; o a los valores esenciales del islam, entre los que se encuentran: la veracidad, cumplir las promesas, la humildad, la bondad con padres y vecinos, la generosidad, paciencia, tolerancia, reconciliación, misericordia y justicia. Valores Universales todos. El hecho es que López Obrador pretende mover la fe.
Traducir todos esos valores a la vida cotidiana, contagiar a una clase política acostumbrada a las malas prácticas y mover la conciencia de 120 millones de mexicanos, pinta como una labor titánica. Le alcanzará? Por cuánto tiempo?
Algunas de las promesas ya fueron sutilmente postergadas, como la reducción del precio de la gasolina (hasta que sea construida una nueva refinería y reparadas las otras seis ya existentes). Otras se ven amenazadas, como la de no aumentar impuestos que se contrapone con la iniciativa de gravar las herencias.
Basar el ejercicio de un gobierno solo en la esperanza y ante un pueblo que hace tiempo la ha perdido, ralla en lo imposible. Esperemos, por el bien de todos, no sea el caso.

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