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¡La Receta de CabeceraMX!… Chiles Rellenos

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Yuri Guzmán

En el rincón de la cocina de mi infancia, un suave aroma a hogar se entrelazaba con el chisporroteo de la estufa. Cada vez que se anunciaba la llegada de los chiles rellenos, la casa se llenaba de una mágica expectación, como si se tratara de una celebración. Para muchos, este platillo podría parecer sencillo, pero en la casa de mi mamá, era un arte que requería tanto amor como dedicación.

El primer paso era seleccionar los chiles poblanos, esos verdes de piel brillante que prometían un sabor robusto y ahumado. Recuerdo cómo, con manos cuidadosas, mamá los asaba sobre la lumbre, vigilando cada uno con atención. El crepitar de la piel al contacto con el fuego era una sinfonía que anunciaba la transformación. Luego venía el momento delicado de desvenar y pelar, donde cada chile se convertía en un pequeño tesoro, y el riesgo de que alguno se rompiera estaba siempre latente. Era un acto de paciencia, un baile entre la destreza y la fragilidad.

Mientras tanto, la cocina se llenaba de olores. A mis hermanos y a mí nos gustaba que llegara la Cuaresma porque sabíamos que varias veces podríamos comer este manjar de los dioses. Ya que no solo era comer tu chile relleno, era acompañarlo de las tortitas de papa, crujientes y doradas, que se convertían en el complemento perfecto. Y claro, la fragancia del arroz rojo recién hecho se mezclaba con la de los chiles, creando un festín que prometía colmar no solo el estómago, sino también el alma.

El arte de capear los chiles era otro capítulo en esta historia culinaria. En ocasiones  mi mamá nos  encargaba batir los huevos con una precisión casi poética ya que era con un tenedor, cosa que resultaba difícil, ya que se necesitaba tener el equilibrio perfecto entre aire y sustancia y que no te doliera la muñeca ya que nadie te podía ayudar pues decía mi mamá que “se bajaban” porque cada mano tiene su propia temperatura. Al sumergir cada chile en esa mezcla dorada, era como si revestía a cada uno de ellos de un abrigo suave y ligero, listo para ser abrazado por el aceite caliente. El sonido del chisporroteo al entrar en la sartén era la música que acompañaba nuestras ansias para esperar a comer.

Finalmente, cuando el plato estaba listo, la mesa se llenaba de colores y aromas. Los chiles rellenos, con sus capas doradas, se erguían como pequeños monumentos a la tradición y en lugar del caldillo de jitomate, nosotros les poníamos crema. Cada bocado traía consigo una explosión de sabores, un recordatorio de que, a pesar de la laboriosidad del proceso, el resultado era siempre un festín de amor. Se servían junto a las tortitas de papa, que, con su textura crujiente, contrastaban maravillosamente con la suavidad del chile, y el arroz y un par de tortillas que absorbían cada sabor, era el lazo que unía todo en un abrazo cálido.

Así, los chiles rellenos no solo son un platillo en la mesa; es un ritual, una forma de recordar que la comida, en su esencia más pura, es un lenguaje que habla de historia, de familia, y de los momentos compartidos. En cada bocado, el eco de risas y anécdotas perduran. Y el sabor, ese sabor profundo y sincero, es un regalo que se transmite de generación en generación.

Ingredientes

4 Chiles poblanos limpios

4 Rebanadas de Queso (el de tu preferencia y gusto)

Palillos de madera

1/2 Taza de Harina

4 Claras de huevo

2 Yemas de huevo

Aceite vegetal o de oliva para freír

Procedimiento

Lava los chiles muy bien y ponlos a asar en un comal a temperatura media, velos volteando para que queden bien asados por todos lados.

Una vez que estén bien asados, mételos a una bolsa de plástico y déjalos unos 20 minutos. Después ve sacando de uno en uno y de manera delicada frótalos para quitarles la piel que ya debe estar muy despegada, una vez que queden limpios, ábrelos de un lado y con una cuchara saca las semillas y las venitas para que queden bien limpios.

Una vez limpios, rellena los chiles con el queso, asegura con un palillo, enharina ligeramente y reserva.

Bate las claras a punto de turrón con un batidor manual, con un tenedor, o con la batidora, agrega las yemas y ve cubrieron cada chile.

Coloca en la estufa una sartén, ponle aceite y deja que esté caliente, para comenzar a poner a freír cada chile; una vez frito, escurre o retira el exceso de grasa, puede ser con una toalla de papel para absorber mejor y listo, a comer… Pero si quieres hacer la tortitas de papa:

Pon a coser 4 papas enteras con cáscara y un poco de sal, una vez cocidas las pelas y las machucas muy bien, les pones un poco de sal, pimienta y queso añejo e incorporas, si te quedó huevo del que batiste, incorpora la mezcla y una vez bien revuelta, con una cuchara sopera vas poniendo sopecitos en la sartén a freír.

NOTA

Esta cantidad es para 3 comensales.

Disfruta con tus seres queridos, que serán esas anécdotas las que te hagan saborear los recuerdos de la vida

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