Por: Carlos E. Martínez Villaseñor
Las elecciones de 2024 no solo definieron un nuevo gobernador en Jalisco, sino que redibujaron por completo el mapa de poder estatal. Pablo Lemus asumió el cargo sin contar con mayoría absoluta, enfrentándose a un Congreso local dividido que condiciona su margen de maniobra. En este escenario, la verdadera gobernabilidad no se construye con decretos ni discursos, sino con alianzas, equilibrios y estrategias quirúrgicas. La oposición ya no es un bloque homogéneo, sino un campo minado de intereses encontrados que requieren una lectura política fina.
En la conformación del Congreso del Estado, Morena y sus aliados —PT, Partido Verde y Futuro— lograron posicionarse como la primera fuerza con 19 diputados, mientras que Movimiento Ciudadano, el partido de Lemus, quedó con 11 curules. PAN y PRI, que en las urnas consolidaron una coalición electoral, mantienen una bancada conjunta de ocho legisladores. Además, existen algunos diputados independientes o sin grupo definido que, aunque en menor número, podrían tener influencia en decisiones cerradas. En conjunto, esto significa que el gobierno de Lemus no cuenta con mayoría simple ni calificada, y cualquier iniciativa, desde reformas estructurales hasta el presupuesto estatal, dependerá de negociaciones directas con estos bloques.
Morena, aunque no obtuvo la gubernatura, fortaleció su músculo territorial y legislativo con una coalición estratégica que no solo le da mayoría numérica, sino también la capacidad de bloquear o condicionar la agenda política de Lemus. Este partido ha apostado por capitalizar causas sociales de alta sensibilidad, tales como la inseguridad, la crisis ambiental, las desapariciones y la salud pública. Temas que antes eran tratados con indiferencia ahora se han convertido en bandera política desde tribunas legislativas y plataformas digitales. Su base de operadores emergentes construye un Morena renovado que apunta a consolidar su presencia rumbo al 2027. La interrogante es si este poder será ejercido como un contrapeso técnico que impulse mejoras o se traducirá en un boicot político disfrazado que frene el avance del gobierno.
Por su parte, el Partido Verde en Jalisco, aunque minoritario en comparación con Morena o MC, desempeña un papel mucho más significativo del que su tamaño sugiere. Incrustado dentro de la alianza con Morena, el PVEM funge como voto bisagra en muchas decisiones clave. Su especialización en temas mediáticos —como el bienestar animal, la ecología y la salud pública— le ha otorgado buena recepción social, aunque al mismo tiempo complica la operación presupuestal del estado. A nivel municipal, ha logrado captar militantes que han desertado del PRI y MC, reforzando su estructura y base territorial. Por tanto, subestimar al Partido Verde podría resultar en un error estratégico, ya que, aunque pocos, tienen capacidad de generar ruido político y ganar espacio en la agenda pública.
En cuanto al PAN, aunque a nivel federal mantiene una alianza formal con el PRI, en el ámbito estatal la realidad ha sido distinta. Durante las administraciones de Enrique Alfaro y Pablo Lemus, el PAN jugó un papel decisivo en alianza con Movimiento Ciudadano para consolidar el proyecto de gobierno. Sin embargo, recientemente, y de manera oficial declarada hace unas semanas, el PAN ha decidido competir de forma independiente en el ámbito local, buscando recuperar su identidad y autonomía política. A pesar de ello, conserva presencia en municipios clave y mantiene una base ideológica sólida, particularmente en el corredor que va de Chapala a Tepatitlán y Lagos de Moreno. En el Congreso local, sus diputados continuarán negociando cada iniciativa con cautela, especialmente en temas sensibles como seguridad, economía y familia. Algunos sectores dentro del PAN observan con simpatía el perfil empresarial y pragmático de Lemus, pero exigirán resultados concretos y tangibles antes de otorgar un respaldo más amplio. Por ello, el PAN representa un aliado posible, pero no incondicional, que demandará apertura y juego político real más allá de meras declaraciones.
El PRI, por su parte, llegó a esta etapa con una presencia muy reducida en número de diputados, pero con una capacidad política específica: negociar desde una posición débil, pero aún relevante. El partido podría convertirse en un interlocutor útil para el gobierno, siempre y cuando exista una visión pragmática de colaboración. Aunque ya no controla grandes espacios de poder, el PRI sigue siendo capaz de inclinar la balanza en algunos municipios estratégicos y de capitalizar el descontento de exmilitantes de MC o Morena que buscan nuevas opciones. Se habla de una recomposición interna que busca evitar la extinción política mediante la adaptación al nuevo mapa de poder, lo que convierte al PRI en un instrumento de gobernabilidad discreta si Lemus decide tender puentes de manera silenciosa y estratégica.
De esta forma, el gobierno de Pablo Lemus se encuentra ante un dilema claro: no puede gobernar en soledad ni con la comodidad de una mayoría clara. Su triunfo electoral fue contundente, pero el contexto legislativo plural limita su margen de maniobra. Ya no basta con gestionar obras o lanzar programas; cada paso que dé deberá estar acompañado por una lectura profunda de las fuerzas políticas en juego, un diálogo constante y una visión estratégica de largo plazo. Un error en el manejo de las relaciones partidistas podría paralizar reformas clave o minar la imagen de eficiencia y renovación que busca consolidar.
En Jalisco, por tanto, el poder ya no reside en un solo partido ni en un solo hombre. Pablo Lemus puede ocupar la silla del gobernador, pero no controla el tablero completo. La verdadera pregunta que queda sobre la mesa es, entonces: ¿con quién negociará, cuánto estará dispuesto a ceder y a qué costo lo hará para asegurar la gobernabilidad y los resultados que la ciudadanía espera?