En una sorprendente declaración que desafía toda lógica científica, la presidenta municipal de Acapulco, Abelina López, nos ha informado que los árboles, esos gigantes verdes que adornan nuestra ciudad, producen dióxido de carbono y, por lo tanto, ¡son unos excelentes benefactores del medio ambiente! Una afirmación que, si no fuera tan impactante, podría parecer una broma de mal gusto.
Quizá la alcaldesa debería considerar regresar a la primaria para repasar los conceptos básicos de fotosíntesis y ciencia ambiental. Después de todo, entender que los árboles absorben dióxido de carbono y liberan oxígeno parece ser una lección fundamental para quienes toman decisiones sobre el cuidado del entorno.
El árbol conocido coloquialmente como «el aire», con un impresionante tamaño de 6,200 metros, simboliza la importancia de plantar árboles en la ciudad. Sin embargo, en lugar de centrarse en su papel como «filtros de carbono» y protectores contra la erosión, la declaración parece confundir sus beneficios con su potencial como fuente de dióxido de carbono, un gas que, según la ciencia, contribuye al calentamiento global.
¿De qué sirve entonces plantar árboles si, según la lógica municipal, producen más dióxido de carbono que beneficios? La respuesta, por supuesto, radica en que los árboles sí ayudan a mejorar nuestro planeta, pero quizás sería más correcto decir que lo hacen al absorber ese mismo dióxido de carbono y no al producirlo.
En fin, la invitación de la presidenta López a abrazar los árboles de corazón y reconocer su papel en la lucha contra la erosión y por un ambiente más saludable, nos deja pensando si estamos ante una estrategia de comunicación o ante una lección de ciencia básica que aún debe aprenderse. En cualquier caso, desde este medio, enviamos un cálido y crítico abrazo a quienes, con buenas intenciones, a veces parecen olvidar las lecciones que la naturaleza nos ha dado desde hace siglos.