Por: Carlos Anguiano Zamudio
La palabra Guerra tiene procedencia germánica, de “werra”, que significa pelea, discordia, tumulto. Y su término se refiere a la lucha o conflicto armado entre dos o más naciones o entre bandos de una misma nación; así como también el combate, disidencia entre dos o más personas.
La guerra ha sido un habitual medio de resolución de problemas entre grupos a lo largo de nuestros siglos. Una guerra comienza cuando se abandona el diálogo y aparece la violencia; todo con la finalidad de someter al prójimo, al que se transforma en “enemigo” a nuestra voluntad.
En una guerra se desarrollan una serie de procesos ideológicos, políticos, sociales, económicos y militares; muchos son los motivos de ella algunos son las ansias de poder de la persona o grupo, de poseer un territorio, cuestiones religiosas o morales, etcétera.
Por su parte, la política implica el enfrentamiento intenso de fuerzas antagónicas, el conflicto sin atenuantes entre los dueños y los aspirantes del poder. La política es, en suma, un juego de suma cero: la ganancia de unos es la pérdida de los otros. Y viceversa.
La política, al igual que la guerra, se basa en la confrontación ideológica en el dominio del poder. La toma de decisiones implica que lo que uno gana, el otro lo pierde y el arte de la política implica derrotar al adversario para ganar la foma de las decisiones y orientar al gobierno, al pueblo y al estado en la dirección que marque el vencedor.
La historia universal registra a grandes personajes que fueron a la vez enormes guerreros y sublimes políticos, tales como Alejandro, Julio César, Napoleón, Bolívar, entre otros.
El arte de la política en la vida democrática, implica contender para ganar el poder, y esto ocurre prácticamente siempre mediante la manifestación de fuerza que da el poder, empleado con el fin de derrotar a los oponentes.
La lucha por el poder es una guerra donde los contendientes muestran debilidades o fortalezas, dirimen diferencias e imponen condiciones. Es un juego de dominio donde vencer da y perder quita poder, influencia, privilegios, conducción.
Siendo la guerra despiadada, formas tomadas de ella por la política, vuelven la disputa en un intenso campo de batalla, donde para ganar, se debe ser mejor que el rival, ser más disciplinado, organizado, tener mayor información y mejores recursos, armas y herramientas que el oponente, manejar adecuadamente el territorio, los tiempos, sumar aliados y sobre todo, cometer menos errores.
Jugadores hay tanto en la política como en la guerra que respetan las reglas y dignifican al honor. También en contra sentido, los hay que ofenden toda lógica y persiguen la conquista por la fuerza, sin respetar límites, sin acotar los objetivos, deseando conquistarlos e imponer reglas y normas de aplicación general.
Tanto la guerra como la política, exigen cada vez más, mayores cualidades, incrementar fortalezas, atenuar las debilidades, aprovechar los flancos abiertos del contrario, atacar en el momento oportuno, defenderse con propiedad y conservar lo propio antes de emprender la hazaña de despojar a otro de lo suyo.
Las campañas políticas se han vuelto duras, competidas, frías, organizadas. Los candidatos deben arroparse de duras armaduras para proteger sus vidas, salud, honor y pertenencias, los equipos de los contendientes, cada vez más profesionales, maduros, experimentados.
La guerra política es constante y recurre a ganar para los propios y a causar pérdidas en los ajenos. Las formas que adopta la guerra política las encontramos en el espionaje, contra espionaje, la campaña negra o guerra sucia, la labor de desgaste al rival, mermando sus atributos, cualidades y fuerzas.
La política y la guerra implican hoy planteamientos estratégicos profesionales, minimizar el margen de error, organizar estructuras humanas de manera eficiente, lograr unidad de mando, capacidad de reacción, capacidad de contención de daños, economía de fuerzas y espíritu de cuerpo.
La analogía de la guerra con la política aplica cada vez con mayor certeza. La búsqueda del poder, se torna una guerra sin duda alguna.
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