La celebración del viacrucis en Iztapalapa, una de las festividades más emblemáticas de la Ciudad de México, se convirtió en un acto de reivindicación cultural y religiosa que busca posicionar a la alcaldía como Patrimonio Cultural de la Humanidad ante la UNESCO. A pesar de la violencia que azota esta zona del sur capitalino, con una tasa de delitos que supera los 9 mil casos por cada 100 mil habitantes en lo que va de 2025, residentes y participantes defienden la tradición como un símbolo de identidad y esperanza.
El viacrucis, con una historia de 182 años, congregó en esta edición a aproximadamente dos millones de personas, incluyendo turistas nacionales y extranjeros que se acercaron para presenciar la interpretación de la Pasión de Cristo. La representación, que culmina en el Cerro de la Estrella, sitio que en la época azteca fue un templo, es vista por muchos como un acto de fe que trasciende las dificultades sociales de la zona.
“Siempre Iztapalapa se ha recomendado por este momento (viacrucis). No solamente es agresividad y secuestros; es gente, es amor, es paz. Invito a toda la gente a que venga y participe con nosotros”, expresó David Fuelle, quien participa desde hace más de 25 años en la tradición, en esta ocasión como soldado en la procesión.
El evento fue respaldado por las autoridades locales y federales, con un despliegue de más de 2,600 efectivos de seguridad, menos de la mitad del personal desplegado en años anteriores, en un esfuerzo por garantizar la integridad de los asistentes. La jefa de Gobierno de la Ciudad de México, Clara Brugada, anunció además su apoyo a la petición de incluir esta festividad en la lista de Patrimonio Cultural Inmaterial de la Humanidad de la UNESCO, iniciativa que cuenta con el respaldo del Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH).
“De Iztapalapa se oye alrededor del mundo su delincuencia y crimen, pero por un momento se escucha turismo, cultura e historia y eso me llena de orgullo”, afirmó Cristopher Gómez Hernández, quien interpretó a Jesucristo en la edición pasada, resaltando la importancia de la tradición ante las percepciones negativas.
La festividad no solo es un acto de fe, sino también un espacio de convivencia y preservación cultural. Familias completas, turistas de diversas nacionalidades y residentes de la zona participan en la representación, que en su recorrido incluye la crucifixión en el Cerro de la Estrella, escenario que desde hace siglos acoge esta tradición.
La celebración también representa una oportunidad para mostrar una cara distinta de Iztapalapa, alejada de su reputación de violencia, y fortalecer su identidad cultural a través del patrimonio inmaterial que ahora busca reconocimiento internacional. La comunidad espera que la postulación a la UNESCO ayude a consolidar esta tradición como un ejemplo de resistencia y cultura en medio de adversidades sociales.
Con la esperanza de que su historia y devoción sean valoradas globalmente, los habitantes de Iztapalapa continúan defendiendo su viacrucis como un símbolo de su historia, fe y resiliencia, invitando a todos a ser testigos de una tradición que trasciende fronteras y desafíos sociales.
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