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Estrategia y tensión: las nuevas del Medio Oriente y el Mediterráneo

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Por: Pablo Quiroz Zepeda

@PabloQZepeda

Estimadas y estimados lectores de Cabecera.mx

Nuevamente me da mucho gusto estar en este espacio compartiéndoles la opinión de su servidor en temas internacionales, temas que, sin duda, hemos sentido que han sido muy relevantes tanto por su rapidez de acción como por el desequilibrio del estatus quo, en particular en la región del Medio Oriente y el Mediterráneo. Ahora bien, ustedes dirán ¿en qué me afectaría esta región del mundo y dichos movimientos si yo vivo en otra latitud tan distante? En efecto, es precisamente lo que nos hace redactar un análisis internacional donde ustedes sientan que en realidad no es tan alejado el tema y su repercusión para la sociedad global en la que estamos inmersos.

En principio y por grado de relevancia noticiosa, propongo tratar el acuerdo diplomático alcanzado entre Emiratos Árabes Unidos e Israel. Un acuerdo que en definitiva para la mayoría de los miembros de la comunidad judía y quienes esperan una mejoría en la relación diplomática entre los países de mayoría musulmana e Israel significa una gran esperanza y regocijo, pero también hay que verlo desde una óptica de análisis estratégico, teniendo en cuenta que este acuerdo es sumamente relevante en materia económica por los gigantes que representan en la región ambas naciones (aún con el golpe de COVID19); sin embargo es de subrayar que el factor político fue el que imperó y sobre todo en un deseado “salvavidas” para el Primer Ministro y líder del Likud, Benjamin Netanyahu y para el presidente estadounidense, Donald J. Trump. 

De acuerdo con una encuesta realizada por Channel 12 y otros estudios similares en el mes de mayo, se demostró que “Bibi” Netanyahu contaba con 51% de la población aprobando su gestión política, y sobre todo, en el manejo del efecto de la pandemia en Israel; sin embargo, no pasaron más de dos meses para que mismas encuestas arrojaran un 62% de desaprobación para el reciente mes de julio. La estrategia de Bibi, no era la más razonable, al poner por encima los planes de mayor anexión de territorios en Cisjordania por encima de una “relativa estabilidad” entre sus ciudadanos israelíes y los palestinos, y además, por encima del incremento en el número de desempleo, una segunda ola de curva epidemiológica con incremento en los contagios y decesos, pero sobre todo evadiendo cualquier reclamo por un juicio pendiente de resolución contra él, a causa  de su participación en actos de  fraude, abuso de confianza y aceptación de sobornos. Aquí es donde entra el factor “salvavidas” que todavía no sabemos si realmente rescatará la percepción del primer ministro en Jerusalén, pero de quien, si podrá dar un empujoncito para su aprobación ante las elecciones de noviembre para consolidar otros cuatro años en la Casa Blanca, es para Donald J. Trump, ya que entre la comunidad judía estadounidense este personaje se encontraba en un incremento de su descontento tanto por factores internos económicos como sociales, entre los que destacan el golpe económico por efecto COVID, pero también debido a que la comunidad no se encuentra contenta con el alza de agresiones antisemitas y de expresiones de odio por parte de grupos de extrema derecha en Estados Unidos (de los cuales la comunidad judía ha demostrado su enérgico rechazo y apoyo a otras minorías y comunidades afectadas por el mismo veneno), que en ambos casos Washington ha estado imposibilitado para dar una solida solución. Sin embargo, Trump es el primero que anuncia el acuerdo entre Dubái y Jerusalén, como un logro de su administración, desde luego, esperando que miles de votantes de esta comunidad que le dieron crédito en el 2016 no le nieguen, además del voto, su apoyo en la maquinaria de campaña de reelección, en un acuerdo que no se veía desde que Israel firmara su establecimiento de relaciones diplomáticas con Jordania en 1994, contando con el respaldo de Bill Clinton, y la firma del documento en Washington, D.C.

Por lo pronto, ya notamos una historia de acuerdo en la región; sin embargo, también existe una historia de desacuerdo de gravedad. Dos países que han incrementado su tensión diplomática de manera preocupante desde el 2016, Grecia y Turquía. Iniciando desde el descontento del gobierno dirigido por el Presidente Recep Tayyip Erdoğan ante la continua acogida de perseguidos políticos turcos en tierras helenas, prosiguiendo por su parte con el manejo de los migrantes como una pieza clave en el ajedrez para chantajear a la Unión Europea, y en este 2020 con una situación con mayor gravedad y preocupación que no únicamente retumba en las aguas del Mediterráneo, sino que llega a cruzar las costas del Atlántico hasta Estados Unidos y Canadá, y créanme, esto aún sobrepasa el malestar por el cambio del estatus de museo a mezquita de Hagia Sofia.

Turquía ha iniciado una exploración de hidrocarburos en aguas que por derecho internacional y reconocimiento de aguas corresponderían a Grecia por la existencia de una pequeña isla llamada Kastellorizo. El problema no es únicamente la exploración de dichos recursos altamente beneficiosos para una economía proveedora de su propia industria como de países vecinos, y sobre todo de países europeos. La situación agrava de manera directa a causa del movimiento de navíos militares turcos que acompañan a los barcos de exploración, en un acto de provocación, que también involucra a las aguas que corresponden a la Unión Europea, y a dos miembros de la tan institucionalmente golpeada Organización del Tratado del Atlántico Norte (OTAN). 

Lógicamente la diplomacia es la que se espera que impere en esta tan complicada situación que ya más que denominarla confrontación entre países socios podría catalogarse como un conflicto entre dos países beligerantes. De incrementarse el actuar militar entre ambos países por este conflicto, en principio podría fracturar de manera irreversible el acuerdo de cooperación multinacional antes mencionado, también generaría mayores sanciones de parte de la Unión Europea, Estados Unidos y Canadá contra el gobierno en Ankara, y también, propiciaría una aceleración por la carrera de la búsqueda y explotación de los hidrocarburos, derivando un efecto en los precios del gas y del petróleo.

Estimados lectores, en definitiva, hemos visto que ambos temas aún en latitudes distantes nos son bastante cercanos. El primero en la consolidación de la reelección del magnate en la Casa Blanca, y el segundo en el impacto económico desde el precio de recursos naturales y en un golpe más a lo que creíamos que iba a perdurar, un mecanismo de cooperación multinacional.

Agradezco su respetuosa opinión en el espacio de comentarios de Cabecera.mx y en la cuenta de Twitter de un servidor @PabloQZepeda

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Periodista, resignado Atlista, enamorado de mi ciudad y de mi Estado. De L a V en punto de las 7am al aire @1070noticias http://bit.ly/oYJFU2