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El arte de gobernar en tiempos de expectativa

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Por: Carlos E. Martínez Villaseñor

Ganar una elección no es lo mismo que empezar a gobernar. La emoción de las urnas se diluye con rapidez cuando el ciudadano regresa a su rutina, cuando deja a sus hijos en la escuela, cuando va a su trabajo, cuando regresan a casa. La expectativa es una sombra larga que acompaña a quien asume el poder, más aún cuando se llega con respaldo amplio y una narrativa de cambio. Y Jalisco hoy se encuentra justamente ahí: entre lo que se prometió y lo que comienza a construirse.

Pablo Lemus inicia su gobierno con una doble carga. Por un lado, tiene la legitimidad que otorga el triunfo electoral; por otro, la presión de ser distinto a lo anterior sin romper del todo con lo que lo llevó hasta aquí. Porque una cosa es decir que viene un nuevo comienzo, y otra es demostrarlo desde el primer nombramiento, desde la primera decisión presupuestal, desde la primera obra pública. El ciudadano que votó por continuidad espera eficiencia; el que votó por cambio, espera contraste. Y el que no votó, también observa.

Gobernar en tiempos de expectativa no admite errores tempranos. El margen de tolerancia se ha reducido: la ciudadanía está más conectada, más crítica y más impaciente. Ya no basta con hacer, hay que comunicar lo que se hace, y aún más: hay que demostrar para quién se hace. Las decisiones que hoy se tomen marcarán no solo los próximos seis años, sino la percepción pública en los primeros seis meses. Porque lo que se siembra ahora, en esta etapa de transición, es lo que dará frutos —o reclamos— más adelante.

Y los problemas no se han ido. Están ahí: la inseguridad que sigue arrebatando tranquilidad, la crisis hídrica que ya no puede posponerse, los servicios públicos que requieren atención urgente, el transporte, la movilidad, la salud en el interior del estado, la desigualdad social. Todos son retos, pero también oportunidades. O se abordan con claridad, estrategia y voluntad política, o se diluyen en la crítica constante, en la conversación digital, o peor aún: en la indiferencia ciudadana. Gobernar no es tarea de un solo hombre. Es de un equipo que entienda que el poder sin dirección se vuelve desgaste, y que la responsabilidad de un gobierno no es lucir, sino resolver.

Pero también es cierto que hay una ventana breve en la que todo es posible. Una etapa donde los liderazgos se consolidan o se diluyen, donde los equipos de gobierno muestran si están ahí por mérito o por cuota, y donde el tono del sexenio se define más por los silencios que por las conferencias. La sociedad no necesita discursos heroicos ni planes inalcanzables. Necesita saber que hay alguien al frente, con claridad de rumbo y sensibilidad de calle.

El verdadero arte de gobernar no está en prometer ni en celebrar, sino en construir sin distracciones. Y eso requiere temple, escucha y acción. Lo que se haga —o no se haga— en este arranque será recordado mucho más de lo que se diga después. Porque gobernar en tiempos de expectativa no es tarea sencilla: es una oportunidad única de honrar la confianza recibida y de dejar claro que se entendió el mensaje detrás del voto.

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