Existe un potencial beneficio ‘dosis-dependiente’ del ejercicio, sobre todo contra el cáncer de mama en mujeres post-menopáusicas y el cáncer de colon, es decir, cuanto más ejercicio, mayor beneficio. Por lo general, los atletas de élite o las personas que más ejercicio han practicado poseen un 40% menos de riesgo de mortalidad por cáncer que el resto de la población.
Sin embargo, este planteamiento puede conllevar una revisión de si esta asociación es realmente cierta. Así, las personas físicamente activas pueden seguir otras conductas saludables como una dieta equilibrada, un menor consumo de alcohol y tabaco o un mejor acceso a los servicios médicos que el resto. De tal manera que, siguiendo los patrones anteriormente mencionados, podría pensarse que el ejercicio físico en sí mismo quizás no tenga tales efectos antitumorales…
No obstante, la evidencia científica muestra que el ejercicio físico tiene potenciales efectos antitumorales a través de distintos procesos biológicos. En primer lugar, numerosos mecanismos indirectos median en los beneficios del ejercicio físico contra el cáncer. La actividad física reduce la expresión de oncogenes (genes con gran capacidad de mutación y por tanto tumorigénicos); reduce los niveles de hormonas sexuales circulantes; induce la defensa antioxidante en muchos tejidos, previniendo así que los radicales libres dañen el ADN haciéndolo mutar; y, además, combate numerosas alteraciones metabólicas, como la obesidad, la inflamación crónica y la resistencia a la insulina, todos ellos factores asociados con algunos tipos de cáncer. Por otro lado, se ha comprobado que el ejercicio físico media diversos mecanismos relacionados con la autofagia, un sistema de destrucción y reciclaje de material biológico dañado que últimamente ha dado mucho que hablar gracias al Nobel de Medicina, Yoshinori Ohsumi.
El ejercicio físico tiene efectos directos contra el cáncer
Cabe destacar que el ejercicio físico también induce numerosos efectos directos contra el cáncer. Durante una sesión de ejercicio, las fibras musculares se contraen y liberan proteínas –conocidas como ‘mioquinas’– a la sangre, desde donde viajan a muchos tejidos, en los cuales ejercen distintas funciones. Algunas de estas mioquinas incrementan la sensibilidad a la insulina, aumentan el metabolismo de nuestro tejido graso, controlan el crecimiento de nuestros músculos e incluso actúan sobre el cerebro mediando la plasticidad neuronal. Otras mioquinas median efectos anticancerígenos ya que impiden la proliferación de células dañadas y promueven que vuelvan a su estado natural de ‘muerte programada’ (fenómeno conocido como ‘apoptosis’), en vez de volverse inmortales.
La mioquina oncostatina M ha demostrado promover la apoptosis en células tumorales de cáncer de mama previniendo así el crecimiento de este tipo de cáncer. Otra proteína que ha demostrado liberarse a la sangre desde los músculos esqueléticos en contracción es el SPARC, que suprime el crecimiento del cáncer de colon. Por otro lado, se ha evidenciado en diferentes modelos animales que la multifacética interleucina-6 promueve efectos antitumorales en melanoma y cáncer de hígado y pulmón. Además, su acción combinada con la hormona adrenalina, que nuestras glándulas suprarrenales liberan durante el ejercicio, incrementa la movilización de linfocitos NK (natural killer, verdaderos ‘guardianes’ de nuestro sistema inmune contra células tumorales) que migran a los tumores donde destruyen células malignas. Además, se ha comprobado que el entrenamiento crónico prepara al tumor para la acción de estos linfocitos incrementando la expresión de moléculas que los activan.
De acuerdo con la evidencia científica, podemos asegurar que el ejercicio físico posee un claro papel preventivo y terapéutico en muchos tipos de cáncer, aunque fundamentalmente se ha comprobado en las variantes de mama y colon. En relación a la ‘dosis’, se recomienda seguir las recomendaciones de la Organización Mundial de la Salud (acumular por lo menos 150 minutos semanales de ejercicio moderado-intenso) aunque se ha demostrado que hasta 10 minutos diarios de ejercicio a alta intensidad podrían ser suficientes para promover un cierto efecto antitumorigénico.
Helios Pareja y Alejandro Lucía son investigadores de la Universidad Europea. Su grupo de investigación se dedica a entender los mecanismos biológicos por los que el ejercicio ayuda a prevenir, e incluso a tratar, muchas enfermedades.