Por: Carlos Carrizales
Esta es mi última columna…como soltero. Este viernes contraigo matrimonio civil y hay miles de gamas de emociones que sería muy difícil describir con palabras, por lo que dejaré que la música hable de nuevo.
Los seres humanos, por más que lo queramos negar, necesitamos compañía, no importa qué tan solitaria sea, buscamos una compañía y en ocasiones, lo justificamos con algo ajeno a una presencia humana: un muñeco de peluche, una mascota, una variada playlist con temas de nuestro agrado y que adecuamos según el tipo de humor que tengamos en ese momento.
Además, es un tema recurrente y común, que se aborda desde hace cientos de años y que podemos encontrar en miles de obras no solo musicales: la literatura, la pintura e incluso la danza y escultura (solo por mencionar algunas) lo plasman de una u otra manera, desde la parte más pura hasta la más aberrante, pero siempre con un toque reflexivo que siempre da pie a otro razonamiento/sentimiento que se vuelve un referente para lo que sigue más adelante.
En esta etapa de mi vida, tengo plena conciencia de que estoy seguro de querer dar ese paso, pero también me puse a analizar mi historia de vida y llegué a una conclusión: todas, absolutamente todas las canciones de amor, tienen sentido; desde las de desamor que pone en riesgo a nuestro hígado por el despecho y el alcohol, hasta las de plenitud de la pareja.
Me atrevería a decir que la mayoría de las personas hemos tenido una decepción amorosa y una canción con cual identificarnos, de otra manera, no podría comprender el éxito de tantos temas en todos los idiomas (y no me dejarán mentir: en México tenemos una gran cantidad de compositores e intérpretes en muchos géneros, que hacen gala de esto), no obstante, entre todas las variaciones de estilos.
Hay uno en especial que se está perdiendo en el país, que nunca alcanzó una popularidad tan grande y que a 100 años de su posible origen, hay pocos que continúan con esta tradición: el cardenche. Su nombre deriva de un cactus cuya espina perfora tanto en la piel que es dolorosa de extraer, tal como el mal de amores, temática recurrente en este canto de la comarca lagunera.
El desamor también tiene una vertiente importante pero igual de dolorosa: la esperanza. ¿Qué tan mala es? Eso dependerá de quien la mantiene y el gran autor de tangos, Carlos Gardel, lo expresó de una manera única en su canción El día que me quieras. Personalmente, ese es el himno máximo en cuanto a esta parte se refiere, sin embargo, hay otras personas que se dan por vencidos y lanzan una súplica final como el trovador mexicano, Fernando Delgadillo al entonar No me pidas ser tu amigo, donde la resignación está acompañada de acordes y que uno puede percibir el sufrimiento del autor, aunque no haya vivido algo semejante (algo que sinceramente dudo, porque no conozco a alguien que no le pasara alguna vez).
Pero no todo es tristeza aunque sí un enigma, el propio escritor irlandés Oscar Wilde dijo que el misterio del amor es más grande que el misterio de la muerte. Francamente coincido: no sabemos qué sigue después de esta vida porque obviamente, nuestra conciencia se extingue con el último aliento (incluso antes), pero dentro de esta capacidad de sabernos vivos, cuando nos enamoramos, perdemos la conciencia y realizamos actos que más adelante los vemos con orgullo o vergüenza; cuando somos adolescentes, rozamos en el drama adulto y cuando ya tenemos más edad, llegamos a ser inmaduros. La única certeza que tenemos aquí es que todos somos inexpertos.
La inexperiencia, después de convertirse en una crisálida de nostalgia y eclosionar, se vuelve en conocimiento y cuando uno deja de lado el orgullo, comienza la armonía con la otra persona que si bien es cierto que no es eterna, es posible mantenerla siempre y cuando la voluntad en ambas partes esté presente y se podrá pensar en los años venideros, lo que me recuerda a la canción del 2009 de Pearl Jam, en la que Eddie Vedder hace una introspección y concluye en que cree porque puede ver en los días futuros de ellos dos.
Debo confesar que en este momento, estoy nervioso, aterrado pero emocionado, me recuerda a una canción de la banda escocesa Travis, Flowers in the window que ella es una en un millón y retomo la frase del tema de Candlebox, Breathe me in; ella es más de lo que siempre quise.
Antes que concluya julio iniciaré una nueva etapa, interesante e inexplorada, con melodías a las cuales se les dará un nuevo significado y sí…aunque me dediquen los estribillos de cierta canción de Eulalio González «El Piporro»: Ya se casó, ya se amoló.
Hasta la próxima canción.
Recomendación musical de la semana:
Artista: Travis
Canción: Flowers in the window
Álbum: The invisible band
Género/Estilo: Soft rock
Año: 2001
Enlace: https://open.spotify.com/track/7H8Ga5vDJKhgxQ0uTiScUf?si=bkQFIu_tQFmGn-GA2arIgw&utm_source=copy-link