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La Violencia Contra la Mujer: Un Problema Estructural y Cultural

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Por: Yuri Guzmán

La violencia contra la mujer es un fenómeno social que ha alcanzado proporciones alarmantes en todo el mundo. En México, el caso reciente de Cuauhtémoc Blanco, ex futbolista, ex gobernador de Morelos y actual Diputado Federal morenista, ha vuelto a poner sobre la mesa la discusión sobre la violencia de género y la complicidad de algunas mujeres en el sistema patriarcal que perpetúa este ciclo de abuso.

En esta ocasión, buscamos explorar las diversas aristas de esta problemática, presentando estadísticas y reflexionando sobre el rol de la sociedad en la perpetuación de la violencia.

De acuerdo con el Secretariado Ejecutivo del Sistema Nacional de Seguridad Pública, en México se reportaron más de 300 mil denuncias por violencia contra la mujer en 2022. De estas, 65% corresponde a violencia emocional, 25% a violencia física y 10% a violencia económica. Además, el informe del INEGI indica que, en algún momento de su vida, el 66% de las mujeres ha experimentado algún tipo de violencia, ya sea en el ámbito familiar o en la sociedad. Estos números son desgarradores y reflejan una cultura que normaliza el abuso y la opresión de las mujeres.

El caso de Cuauhtémoc Blanco ha desatado una serie de reacciones que evidencian la complejidad del problema. A pesar de las denuncias y los testimonios de muchas mujeres que han sido víctimas de violencia por parte de hombres en posiciones de poder, hay quienes prefieren proteger a estos abusadores. Este fenómeno, en el que mujeres defienden a hombres culpables de violencia, puede entenderse desde varias perspectivas. En muchas ocasiones, estas mujeres han sido educadas en un entorno que valora la lealtad y la protección del «hombre» como un valor supremo. Además, el miedo a represalias, la presión social y la dependencia económica juegan un papel crucial en su decisión de permanecer al lado de los agresores.

Es fundamental también considerar el papel de la cultura en la perpetuación de la violencia. La masculinidad tóxica, que promueve la idea de que los hombres deben ser dominantes, agresivos y controladores, se encuentra profundamente arraigada en la sociedad. Esta misma cultura minimiza el sufrimiento de las víctimas y, en ocasiones, estigmatiza a quienes se atreven a alzar la voz. Las estadísticas hablan por sí solas: el 90% de las mujeres que sufren violencia no denuncian a sus agresores por miedo a represalias o por la falta de confianza en el sistema judicial.

La responsabilidad no recae únicamente en los agresores, sino también en un sistema que falla en proteger a las víctimas. La impunidad en casos de violencia de género es abrumadora; según datos del Observatorio de Violencia Social y de Género, solo el 5% de los casos de violencia contra la mujer llegan a una sentencia. Esta cifra pone de manifiesto la ineficacia de las instituciones y la necesidad urgente de reformas que garanticen la justicia para las víctimas.

Es esencial que la sociedad reflexione sobre el ciclo de violencia y la complicidad. Las mujeres que protegen a hombres violentos no son solo cómplices, sino también parte de un sistema que necesita ser cuestionado y transformado. Es indispensable promover campañas de concientización que eduquen sobre la violencia de género, así como empoderar a las mujeres para que rompan el silencio y encuentren apoyo en sus comunidades.

La lucha contra la violencia hacia la mujer no es solo una responsabilidad de las mujeres; es un reto que debe ser asumido por toda la sociedad. La erradicación de la violencia de género requiere un cambio profundo en la cultura, así como un compromiso firme de las instituciones para proteger y apoyar a las víctimas. Solo así podremos construir un entorno en el que todas las mujeres puedan vivir libres de miedo y violencia.

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