Por: Yuri Guzmán
En las últimas décadas, hemos sido testigos de una alarmante descomposición social que se manifiesta en diversos aspectos de la vida cotidiana: la violencia, la desigualdad, la falta de empatía y la creciente indiferencia de las autoridades ante la desgracia humana. Uno de los fenómenos más preocupantes dentro de esta problemática es la cantidad de personas desaparecidas, un tema que no solo refleja la crisis de seguridad en muchas regiones, sino también la incapacidad o la falta de voluntad de las instituciones para abordar esta tragedia.
Según datos del Registro Nacional de Personas Desaparecidas y No Localizadas de México, hasta septiembre de 2023, se han reportado más de 100,000 personas desaparecidas en el país. Esta cifra es escalofriante y revela una crisis de dimensiones alarmantes que afecta a miles de familias, que viven diariamente la incertidumbre y el dolor. Sin embargo, la respuesta de las autoridades ha sido, en muchos casos, desalentadora. Las investigaciones suelen ser lentas, ineficaces y, en ocasiones, se ven marcadas por la corrupción y la falta de recursos.
Las familias que claman justicia, a menudo se enfrentan a una burocracia insensible y a un sistema que parece más interesado en minimizar el problema que en resolverlo.
Esta indiferencia institucional es un reflejo de una degradación más profunda del ser humano, donde la empatía se ha vuelto un recurso escaso. En un mundo donde las redes sociales y la comunicación instantánea predominan, se esperaría que la conciencia social estuviera en su punto más alto. Sin embargo, la realidad es otra: el sufrimiento ajeno se ha convertido en un tema de entretenimiento momentáneo, una noticia que se olvida tan pronto como aparece en la pantalla. La tragedia de las personas desaparecidas, como muchas otras problemáticas sociales, se diluye en el ruido mediático, y la urgencia de acción se convierte en un eco distante.
Este fenómeno no solo es un problema de justicia, sino un reflejo de una sociedad que ha normalizado la violencia y la deshumanización. La falta de empatía no es exclusiva de las autoridades; se extiende a la ciudadanía, que a menudo prefiere mirar hacia otro lado en lugar de involucrarse. La descomposición social se alimenta de esta apatía, creando un círculo vicioso en el que la indiferencia y la resignación se convierten en respuestas habituales ante el sufrimiento.
A nivel global, la descomposición social también se ve reflejada en el aumento de la desigualdad y la polarización. Según el Informe Mundial sobre la Paz 2023, el número de conflictos armados y la violencia han aumentado significativamente, lo que ha llevado a un incremento de personas desplazadas y a una crisis humanitaria sin precedentes. Este contexto internacional resalta la necesidad de una respuesta colectiva y solidaria, donde la empatía y la acción se conviertan en el motor del cambio.
Es urgente que ciudadanos y autoridades reconozcan la gravedad de este problema y actúen, pero ya. La creación de políticas públicas efectivas que aborden las causas de la violencia y la desaparición de personas es fundamental. También es esencial fomentar una cultura de empatía y solidaridad, donde cada individuo se sienta motivado a actuar y a exigir justicia.
Entendamos, la descomposición social y la falta de empatía ante la desgracia humana son problemas interconectados que requieren una atención urgente. La indiferencia de las autoridades y la ciudadanía no solo hacen que se prolongue el sufrimiento, sino que también amenazan el tejido mismo de nuestra sociedad. Es hora de romper el silencio, de exigir respuestas y de construir un futuro donde la dignidad humana sea una prioridad indiscutible. La acción colectiva es el camino hacia la transformación, y cada voz cuenta en esta lucha por la justicia y la empatía.
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