Por: César Manuel Jiménez Martínez
En el antiguo ceremonial patrio, el primero de septiembre era el “Día del Presidente». Muchos recordamos que ese día se suspedían todas las actividades (escolares, laborales, etc.), para rendir culto a la personalidad del mandatario en turno. La Cadena Nacional, de radio y televisión, dominaba el espectro y millones de mexicanas y mexicanos estaban atentos al mensaje, que en el marco del Informe de gobierno, el presidente pronunciaba en la más alta tribuna de la nación.
Los que hemos sido testigo de varios Informes, recordamos que hubo de todo. Excesos en el culto a la persona del «Tlatoani», como las innumerables interrupciones de aplausos y ovaciones de los legisladores; la marcha triunfal en un automóvil descapotabe de San Lázaro a Palacio Nacional, entre cadetes del heroico Colegio Militar, confeti y porras de los que hacían valla en todo el recorrido, en su mayoría burócratas; el «besa manos» de toda la clase política y social en Palacio al presidente y el saludo de éste desde el balcón central. Todo eso, afortunadamente, quedó atrás.
Pero también había excesos en modo contrario, sobre todo de la época de Salinas de Gortari hacia adelante. Gritos e insultos de legisladores de oposición durante el mensaje; mantas y carteles por doquier; actuación vulgar de algunos legisladores, como la de Marco Rascón del PRD, cuando en un informe del presidente Ernesto Zedillo lo interrumpió con una máscara de cabeza de cerdo, lo que provocó una la trifulca; etc.
Con el presidente Vicente Fox, todo cambió en 2006. En ese año la oposición había tomado el recinto legislativo de San Lázaro, por la protesta del supuesto fraude electoral de ese año y que le dio el triunfo a Felipe Calderón. Entonces se reformó la ley y el presidente ya no asiste personalmente a entregar el Informe al Congreso, sino que lo envía por medio del secretario de Gobernación. El mensaje político se realiza en Palacio Nacional o en algún otro foro. Se acabó el «Día del Presidente”.
Con el actual presidente López Obrador, pese a que podría con su mayoría reformar nuevamente la ley y volver al formato de que él asistiera al Palacio Legislativo a entregar el Informe y dar el mensaje político desde ahí, no lo ha hecho ni lo hará. Quizá le viene a la mente aquello de que «los carniceros de ayer, son las reses de hoy» y no se quiere exponer a las humillaciones e insultos que la actual oposición le pudieran conferir. No tanto por el cuidado de la Investidura Presidencial, que bien sabemos en la práctica no le importa, sino por su enorme soberbia y para evitar que le reste puntos a su popularidad.
En este tercer Informe de gobierno, no tuvimos nada nuevo, pues todos los días en “La Mañanera», en sus giras al interior del país, el presidente habla de sus «logros», resaltando sus programas sociales. Realiza informes trimestrales y en el aniversario del triunfo de su elección. El presidente nos ofreció un mensaje lleno en gran parte de mentiras y de sus «otros datos”. Iremos conociendo las cifras y datos que contenga el texto del Informe y constataremos, que el México del que hablaba el presidente, sólo existe en su mente. Para él, vivimos en Amlolandia y ya cumplió, ya puede estar en paz.