El presidente de la Feria Internacional del Libro de Guadalajara, Raúl Padilla López, recibió al escritor rumano Norman Manea en el auditorio Juan Rulfo de Expo Guadalajara. El ganador del Premio FIL de Literatura en Lenguas Romances 2016 fue el encargado de abrir el Salón Literario, espacio en el que, manifestó Padilla López, “reconocemos la obra de grandes escritores de nuestros tiempos”, razón por la cual lleva el nombre de uno de los escritores más importantes de México, y amigo entrañable de la Feria: Carlos Fuentes.
Como cada año, la entrega del galardón estuvo a cargo de Silvia Fuentes Lemus, viuda del autor de **La región más transparente. Durante la entrega, el salón se llenó de aplausos y risas cuando Padilla López y Fuentes Lemus tuvieron que quitarle a Manea los audífonos de la traducción simultánea para que pudiera acomodarse bien la presea.
Acto seguido, la escritora y crítica literaria barcelonesa Mercedes Monmany recordó que Manea viene de Bucovina, una hermosa región rumana donde también nació el gran poeta en lengua alemana Paul Celan. Afirmó que Manea es el escritor rumano más conocido y traducido en la actualidad. Añadió que su trabajo no se delimita a los géneros, y que igual escribe narrativa que ensayo filosófico, histórico, poesía y autobiografía. Monmany dio, además, un extraño dato que no se había mencionado antes en la Feria: Norman Manea fue descubierto por el premio Nobel de literatura Heinrich Böll.
En su discurso, Manea hizo un recorrido por sus dos exilios (el primero, a los cinco años, cuando fue confinado a un campo de concentración; el otro, cuando tuvo que irse a Berlín) y reflexionó sobre cómo el rumano, o la “lengua domicilio” como él lo llama, es lo que lo ha salvado en la “traumática dislocación y desposesión” que es el exilio. El público —entre quienes se encontró, por un breve instante, el político Cuauhtémoc Cárdenas— reía a ratos con los destellos de humo en medio del crudo relato que compartió Manea, en el que narró por qué se refugió en la lengua rumana para encontrar su nueva patria, la de la escritura. Recordó, además, a Celan y a Chéjov en sus lechos de muerte, pronunciado sus últimas palabras en rumano y alemán, respectivamente, y el significado que esta acción entraña para él.