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Los Arcos de Guadalajara: Monumento, no restaurant

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Por: Ricardo Alvirde Sucilla

Resulta que el ayuntamiento (así con minúsculas) ya otorgó la concesión de los Arcos de la avenida Vallarta para instalar en ellos un restaurante bar. Obviamente no revelan el nombre del concesionario para protegerlo; aún no cuentan con el aval de la Secretaría de Cultura pero eso no los detiene. Van a tener que alterar la fisonomía del inmueble también, pero eso no los detiene; no existe un solo cálculo estructural del inmueble que determine la habitabilidad de éste y mucho menos se detienen a pensar que se trata de un MONUMENTO, algo que fue construido simplemente para estar ahí, cuya única función es erigirse y permanecer.

Este inmueble fue construido en 1940 preparándose nuestra ciudad para festejar su cuarto centenario, el entonces gobernador Silvano Barba, le encarga al Ing. Aurelio Aceves que construya un elemento que simbolice tal conmemoración. En el punto donde se erige, había sido instalado en 1939, un arco de hierro que originalmente se localizaba a finales del siglo XIX al ingreso de la Colonia Francesa sobre la antigua calle de la Merced (hoy avenida Hidalgo) y que había sido nombrado “Porfirio Díaz” para cambiársele el nombre en el período post-revolucionario por el de “Arco Constitución”. Dicha estructura metálica permaneció unos cuantos meses en su nueva locación, unos pasos al poniente después de donde estuviera el primer Country Club de nuestra ciudad y no son pocos los que afirman que, sirvieron como parte de la estructura del proyecto de Aurelio Aceves, lo cual es totalmente falso y se desmiente en varias fotografías de la época.

El punto elegido se situaba en el extremo poniente de nuestra ciudad; despues de éste, confluían los caminos hacia Nogales y hacia la costa sur de Jalisco; era ésta la ruta que se debía seguir para viajar a la ciudad de Morelia bordeando el Lago de Chapala por Tuxcueca.

Al igual que el anterior arco de hierro, los arcos de Aurelio Aceves tampoco tenían mayor función que la de simbolizar una entrada; fueron levantados como una enorme puerta que le diera al visitante, esa sensación de majestuosidad a la que nuestra Guadalajara siempre ha aspirado. En tiempos anteriores, fueron muchos los viajeros que narraron la sensación que les provocaba distinguir las puntas afiladas de las torres de nuestra Catedral al ir llegando a la ciudad; llegado el turno que los visitantes se sobrecogieran con la impresionante altura de este monumento al pasar por debajo de éste. Hubo una época en la que se instalaba una mesa en la que permanecía vigilante un gendarme, anotando las placas de los vehículos que pasaban por ahí; esto era con la finalidad de llevar un control sobre quienes entraban a la ciudad; ya fuera con fines estadísticos o bien, en caso de que se cometiera algún crímen en estas tierras, tener una lista de sospechosos puesto que se descartaba que los tapatíos bien nacidos, fueran capaces de cometer algo indebido.

Los Arcos en cuestión son de estilo neoclásico, construidos con ladrillo de lama y luce aplanados y molduras sin ornamentación excesiva, cuenta con cuatro fuentes recubiertas en azulejos con los colores de nuestro blasón: Azul y amarillo; de cuyos surtidores de cantera debiera brotar el agua hacia una concha también labradas en cantera. Se accede al interior por el lado sur de éstos en donde se encuentra una escalera de tres rampas por la cual se asciende a una galería con siete ventanas de herrería rematadas en medio punto y con terrazas balaustradas en ambos extremos, que alguna vez albergó a la Sala de Banderas; un recinto en donde respetuosamente se custodiaban los lábaros de las distintas naciones con las que nuestra ciudad ha estrechado lazos fraternales. Desde esta galería se desplanta una escalera helicoidal por la que se tiene acceso al mirador delimitado por un pretil.

Esta galería fue sede de las oficinas de la dirección de Turismo del Ayuntamiento; seguramente el lema inscrito en uno de los muros exteriores “Guadalajara Hospitalaria” fue el justificante para que ahí se estableciera la dependencia que se encarga de la atención y la promoción turística de nuestra urbe.

Llegaron las actuales autoridades municipales y reubicaron las oficinas de esta dependencia y vieron ante ellos, no al monumento; vieron simplemente un local vacío y se les ocurrió que debían ponerlo en renta para sacarle provecho. Se evidencía la ignorancia de quienes nos gobiernan, presumen su desconocimiento y lo disfrazan de un intento de eficientar los recursos materiales de los que disponen. Pretenden hacer creer a los tapatíos que la renta de éste inmueble traerá grandes beneficios al municipio y que será un factor determinante para la solución del deterioro de otros espacios públicos. Si bien es cierto que nuestros Arcos tienen ese aire de grandeza y fortaleza que nos guarda de los extraños; también es cierto que se trata de un elemento que no fue diseñado para otra función más que la de ser visto; su proceso constructivo no contempló los elementales castillos armados en acero con concreto colado y por lo tanto, no está diseñado para soportar mayor carga que la de su propio peso.

Para la operación del restaurante bar que pretenden instalar en nuestros arcos, se requiere una profunda intervención y en consecuencia una terrible alteración de uno de los iconos más importantes de nuestra ciudad; se requerirá la adaptación de un elevador que permita la accesibilidad universal y nos intentan tranquilizar diciendo que no se permitirán instalaciones de gas aunque en ningún momento han salido a explicar cómo garantizarán la seguridad de empleados y comensales del lugar ni cómo pretenden reforzar la estructura del inmueble sin llevar a cabo un costosa e innecesaria intervención, innecesaria pues a la ciudad no le urge poner en renta sus monumentos. Estoy seguro que la empresa a quien se le concesiona este espacio, no tiene tampoco la más remota idea del grado de intervención que ameritaría y en consecuencia, se convertiría en una inversión poco rentable; a no ser que después salga algún funcionario municipal a decir que los arcos están a punto de colapsar y que será necesario desmontarlos para llevárselos a otro sitio a repararlos para después reinstalarlos gastando “lo que tenga que gastarse” con tal de proteger la inversión del concesionario y evitar una demanda mucho más costosa.

Por otra parte; no hay que perder de vista algo sumamente importante: el papel de un ayuntamiento no es facilitar inmuebles a la iniciativa privada para que establezcan sus negocios. El papel de la autoridad es otro y no debería tener que recordárselo cada vez que salen a anunciar ocurrencias como la que hoy nos ocupa.

Queda claro que al presidente municipal en turno le encanta ser ave de tempestades tan solo por la exposición en medios que esto genera y salir a dar manotazos y proferir declaraciones de bravucón que solo causan el aplauso fácil. Aparecerán los que piensen que este es un tema trivial y que reviste poca importancia; esos son simples ignorantes a los que ni vale la pena hacer caso. Vendrán también los que aspiren a venir a Guadalajara a tomarse un café en los Arcos y sentirse muy cosmopolita, muy chic y opinar que a Guadalajara le hacía falta una desempolvada así. Mientras tanto, nuestra ciudad se desdibuja y se entrega al mejor postor, favoreciendo que se hagan negocios privados con los bienes públicos.

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Periodista, resignado Atlista, enamorado de mi ciudad y de mi Estado. De L a V en punto de las 7am al aire @1070noticias http://bit.ly/oYJFU2