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La corrupción es el sistema

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Por: Luis Cisneros Quirarte

En 1984 el periodista brasileño-británico Alan Riding, después de vivir doce años en México, escribió un libro que, si bien estaba dirigido a los estadunidenses con el propósito de que comprendieran lo que ocurría al sur de su frontera, es de obligada lectura, incluso hoy, para cualquier mexicano interesado en la política y el gobierno en nuestro país.

El libro: Vecinos Distantes (a propósito de la lejanía entre el modo de ser mexicano y el norteamericano). Tiene la particularidad de ser un retrato fiel de nuestra cultura, la política que hacemos y hasta nuestros rasgos psicológicos vistos desde fuera, sin la poética subjetividad con que Octavio Paz trazó el laberinto de nuestra soledad.

Buena parte del libro la dedicó al intrincado sistema político mexicano. Y uno de sus capítulos centrales lleva por título “Corrupción: lubricante y pegamento”.

“La corrupción permite al sistema funcionar, proveyendo el ‘lubricante’ que hace que las ruedas de la burocracia giren y el ‘pegamento’ que sella las alianzas políticas”, escribió. La corrupción permeaba todas las capas de la sociedad y todos los niveles de gobierno. Desde el agente de tránsito o el burócrata que expide permisos, hasta los niveles más altos de gobierno. Era el modo de vida que caracterizaba la vida pública de los mexicanos y que hundía sus raíces en el Imperio Azteca y la Colonia. “Cualquier posición de autoridad implicaba una oportunidad de mejorar la propia posición; asimismo, los ciudadanos comunes aprendieron a pedir favores en lugar de demandar derechos”. El sistema priísta solamente “institucionalizó esta práctica: el gobierno ejercía el poder con autoritarismo y recompensaba la lealtad con clientelismo”.

Contundente, sentenciaba: “La corrupción es esencial para la operación y la supervivencia del sistema político. El sistema (…) se desintegraría [si intentara vivir sin corrupción].”

La alternancia partidista vino y se fue con Fox y Calderon. Las “víboras y tepocatas” solamente cambiaron de color. En Jalisco los panistas derrotaron al PRI en 1995 bajo la consigna de que “con honestidad se hace más”. Los excesos del panismo provocaron el regreso del PRI en 2012. La Encuesta Nacional de Calidad e Impacto Gubernamental del INEGI, hecha pública hace unos días, revela que en 2015 Jalisco ocupó el lugar número seis en la lista de estados que presentan mayores tasas de prevalencia de corrupción por cada 100 mil habitantes (14 mil 351, para el caso de Jalisco, mientras que la media nacional es de 12 mil 590). Ese mismo año el PRI perdió los gobiernos metropolitanos.

La tenue luz de esperanza para quienes consideramos que la corrupción pasó de lubricante a cáncer, es que la encuesta señala que por primera vez, para los mexicanos la corrupción es un problema público (preocupa al 50.9 por ciento), sólo por debajo en gravedad de la inseguridad y delincuencia (66.4).

Unos años más tarde de la publicación de Vecinos Distantes, en 1987, hace casi tres décadas, el lúcido pensador mexicano Gabriel Zaid postularía en su libro La Economía Presidencial: “la corrupción no es una característica desagradable del sistema político mexicano: es el sistema”.

Apunto: un sistema –ecológico, biológico y también político- no cambia, por definición, a menos que se vea forzado a ello. Que los ciudadanos pasemos de una postura permisiva, y hasta de admiración mezclada de envidia, respecto de la corrupción y los corruptos, es la condición previa.

@luiscisnerosq

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