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La anorexia y la obesidad alteran el sentido del gusto

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Los trastornos de la alimentación que afectan al peso, como la anorexia nerviosa, el trastorno por atracón o la obesidad, también pueden cambiar el sabor de los alimentos, de acuerdo con un nuevo estudio del Campus Médico Anschutz de la Universidad de Colorado (Estados Unidos), ya que los procesos cerebrales alteran el sentido del gusto cuando estamos en un peso poco saludable, haciendo más difícil diferenciar entre un sabor normal y uno dulce.

Aunque no nos demos cuenta de ello, el sabor tiene un impacto clave en nuestra dieta. Así, los comedores compulsivos o las personas con obesidad tienden a tener un cableado cerebral de adicción a los alimentos, por lo que necesitan comer más para sentirse saciados. Las personas que sufren de anorexia, por su parte, tienen dificultades para experimentar el placer asociado a la comida, por lo que son más propensos a evitar los alimentos considerados más agradables como las hamburguesas, los dulces o los helados y su ingesta es más repulsiva que gratificante. Cualquiera de las dos condiciones es perjudicial para la salud y son provocadas por cambios en las hormonas y en las neuronas de la corteza insular, la región del cerebro que se ocupa de las emociones, las percepciones o el control motor.

Para llegar a esta conclusión, los investigadores realizaron un experimento con 106 mujeres a las que distribuyeron agua con azúcar o una solución sin sabor disuelta en el agua. A medida que las mujeres tomaban el agua, se realizaron escáneres cerebrales para examinar la actividad de la ínsula. Descubrieron que los patrones anormales de alimentación como la anorexia o la obesidad alteraban la capacidad de la ínsula para identificar los gustos. Los participantes con anorexia u obesidad tenían más dificultades para distinguir el agua sin sabor del agua con azúcar, en comparación con los sujetos control; esto sucedió incluso con aquellas personas que ya se habían recuperado de anorexia.

“El gusto es un importante motor de la ingesta de alimentos e invariablemente asociado con los distintos patrones neuronales en la ínsula. Si no podemos diferenciar entre los distintos sabores, esto puede afectar a la cantidad que comemos. Y también podría activar o no activar los circuitos de recompensa del cerebro”, explica Guido Frank, líder del estudio.

El trabajo ha sido publicado en la revista International Journal of Eating Disorders.

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