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Desazolve #ElÚltimoRevolucionario

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Por: Salvador Cosío Gaona

Fidel Castro, hombre polémico, amado por muchos y odiado por otros tantos, personaje de claroscuros, ícono de los siglos XX y XXI, líder de la Revolución Cubana, murió este viernes 25 de noviembre del 2016, a las 10:29 horas de la noche a los 90 años de edad. Era el último gran líder revolucionario que seguía vivo. En 1953 se dio a conocer con el fallido asalto al cuartel de Moncada, en plena dictadura de Fulgencio Batista, aliado de Washington.

Tras su paso por la cárcel y aceptar como único tribunal competente para juzgarle a la historia, viajó a México. Allí conoció al Che Guevara y con él y otros guerrilleros llegó a Sierra Maestra en 1956, para iniciar la revolución que acabaría con la dictadura de Batista para implantar su régimen socialista, que con la caída de la entonces llamada Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (URSS), perdió todo su esplendor.

Las últimas imágenes de Fidel Castro en vida son del pasado 15 de noviembre, cuando recibió en su residencia al presidente de Vietnam, Tran Dai Quang; y la última vez que se le vio en un acto público fue el pasado 13 de agosto, con motivo de su 90 cumpleaños, en un acto en el teatro Karl Marx de La Habana. En esa ocasión se vio a Fidel con un aspecto frágil, flanqueado por su hermano Raúl y el presidente venezolano, Nicolás Maduro.

Desde su salida del poder en el año 2006, Fidel Castro vivía retirado de la primera línea política y solía recibir a personalidades internacionales en su residencia privada. Los últimos mandatarios que pasaron por su domicilio fueron el presidente de Irán, Hasan Rohani; el de Portugal, Marcelo Rebelo de Sousa; y los primeros ministros de Japón, Shinzo Abe; de China, Li Keqiang, y de Argelia, Abdelmalek Sellal.

Al frente de una revolución que puso a Cuba en el centro de la escena internacional y de un régimen que se ha prolongado 56 años, Castro fue actor y superviviente destacado en el tablero de las complejas tensiones de la segunda mitad del siglo XX entre socialismo y capitalismo, norte y sur; y ricos y pobres.

Fue admirado como mito revolucionario y también acusado de dictador, pero hasta sus enemigos le reconocieron carisma y una capacidad de liderazgo fuera de lo común: a nadie dejó indiferente su polémica personalidad que reveló desde joven, cuando advirtió que solo buscaría el juicio de la historia. “Condenadme, no me importa, la Historia me absolverá”, fue la famosa frase que pronunció en 1953, con 27 años, ante el tribunal que lo condenó por el asalto al cuartel de Moncada, su primera acción armada contra la dictadura de Fulgencio Batista y que se considera el arranque de la revolución cubana.

Al hombre que gobernó con mano férrea la isla caribeña, sólo la enfermedad pudo apartarle del poder y en 2006 delegó todos los cargos en su hermano Raúl: fue así testigo de su propia sucesión y también de las reformas emprendidas por el menor de los Castro, para intentar reanimar una economía socialista en ruinas.

Nacido el 13 de agosto de 1926 en el oriente de Cuba, su padre fue un emigrante gallego que acabó terrateniente: su severidad unida a la formación que recibió de los jesuitas en uno de los mejores colegios de La Habana, influyeron decisivamente en el carácter de Fidel Castro. Fue en la Universidad de La Habana donde Fidel se formó como líder estudiantil mientras concluía la carrera de Derecho y comenzaba sus andanzas políticas.

Fidel Castro creó en Cuba un “comunismo caribeño” con base marxista-leninista, pero sobre todo muy influido por el legado nacionalista del héroe independentista José Martí y complementado con recetas de cosecha propia, resultando un singular modelo “fidelista”. Fueron claves en la perpetuación de ese sistema su eficaz aparato de seguridad y el constante control social a través de organizaciones de masas como los Comités de Defensa de la Revolución (CDR), “ojos y oídos” del régimen para que los propios cubanos vigilaran los movimientos de sus vecinos.

Durante las primeras décadas de la revolución, la Cuba de Fidel Castro fue un referente para la izquierda internacional. La resistencia de la pequeña isla, apenas a 140 kilómetros de la principal potencia mundial, reeditó el mito de David y Goliat. Y también porque impulsó reformas sociales sin comparación en la América Latina de la época, convirtió a la isla en una potencia deportiva y promovió una importante vanguardia cultural y artística, con la advertencia de que todo cabe dentro de la revolución pero nada contra ella, como amargamente padecieron muchos intelectuales críticos que acabaron exiliados o apartados.

En 1961, en vísperas de derrotar la invasión anticastrista de Bahía de Cochinos, declaró el carácter socialista de su Revolución y comenzó con la URSS una larga alianza que tuvo sus altas y bajas, incluida la tensa “crisis de los misiles” con Estados Unidos en 1962, que puso al mundo al borde de una guerra nuclear. Tres décadas después, la profunda dependencia de la URSS se desveló en toda su magnitud con la caída del bloque soviético y Cuba tuvo que declarar el “periodo especial”, una economía de guerra en tiempos de paz, donde la revolución tuvo que abrirse al dólar y al turismo.

Cuba no volvió a ser la misma tras aquellos duros años de escasez máxima, apagones de 16 horas y traumáticos episodios como la crisis migratoria de los “balseros”, la profundización de la corrupción cotidiana, la reaparición de la prostitución o el denominado problema de la “pérdida de valores”.

La dimensión política de Fidel Castro no se entiende sin su principal enemigo y obsesión: Estados Unidos, el “imperio” que, según La Habana, intentó deshacerse de él hasta 600 veces con los métodos más dispares. Con Cuba bajo el embargo económico de su poderoso vecino desde inicios de la década de los 60, Castro sobrevivió a once inquilinos de la Casa Blanca y no dejó de criticar sus políticas, alimentando un fuerte sentimiento patriótico en la isla.

Pero también aprovechó el bloqueo estadounidense para imponer un estatus de “plaza sitiada” con el que justificó decisiones controvertidas y la represión a disidentes y críticos acusados siempre de contrarrevolucionarios y mercenarios al servicio de Washington. Sin embargo, Fidel Castro vio en sus últimos días cómo su enemigo y su propio país, bajo el mandato de su hermano Raúl, daban un giro diplomático histórico con el anuncio el 17 de diciembre de 2015 para restablecer relaciones diplomáticas después de más de medio siglo de enfrentamiento. Poco antes de cumplir los 80 años, Fidel Castro delegó el poder en su hermano Raúl, tras admitir una grave enfermedad intestinal que él mismo declaró secreto de Estado y que le mantuvo entre la vida y la muerte.

Se apartó de la vida pública y comenzó a escribir sus famosas ‘Reflexiones’ o artículos de prensa, como en el que criticó a Obama tras la histórica visita del presidente de Estados Unidos a la isla, mientras su hermano Raúl asumía las riendas centrado en la “batalla económica” y la “actualización del socialismo”.
En sus últimos años, Fidel Castro, que reapareció esporádicamente en algunos actos públicos, se dedicó a analizar cuestiones de índole internacional como el peligro de una guerra nuclear, el problema de la alimentación mundial o la crisis del sistema capitalista. En ese período, los cubanos asumieron su retirada del poder y, más ocupados por resolver el difícil día a día de la isla, se acostumbraron a vivir sin su tutela directa.

Apenas se sabrá qué efectos tendrá la desaparición de Fidel Castro en las próximas páginas de la historia de Cuba, que abrió una nueva etapa tras el deshielo diplomático con Estados Unidos con Barack Obama, pero que habrá que ver cómo serán las relaciones entre ambos países a partir de enero con Donald Trump como inquilino de la Casa Blanca.
Ningún otro líder ejerció tanta influencia en el siglo XX en América Latina como Fidel Castro, el líder al que los principales movimientos revolucionarios trataron de emular. Desde Centroamérica al Cono Sur, guerrillas y milicias se alzaron en armas a partir de los años 60 con la vista puesta en Cuba. Transcurrido más de medio siglo de la revolución cubana y con un mapa político cambiante en la región, los principales dirigentes latinoamericanos recibieron la muerte de Castro con una mezcla de sentido dolor (los mandatarios bolivarianos) y respeto (entre los líderes conservadores).

La imagen icónica de los jóvenes guerrilleros “barbudos” entrando en La Habana montados sobre camiones y tanques, que acababan de derribar la dictadura de Batista, una de las más crueles del continente, contagió de entusiasmo a millones de latinoamericanos. Los viejos radios de transistores difundieron la noticia de que en Cuba se entregaba la tierra a los campesinos, se nacionalizaban las empresas estadounidenses y se comenzaba a construir una sociedad bajo el régimen socialista. Se generalizó la convicción de que era posible derrotar a los tiranos y sus ejércitos represores. Parecía que bastaban pocos hombres y un terreno favorable para organizar una guerrilla y seguir el ejemplo cubano. Era preciso dejar de hablar y comenzar a combatir.

Así, surgieron grupos en casi toda Latinoamérica que veían en la lucha armada el camino hacia la revolución y comenzaron a aplicarla, en algún caso victoriosamente, como en Nicaragua en 1979, derrocando al dictador Somoza. Pero como en Cuba, sólo fue posible cuando las mayorías populares hacían suyas las banderas revolucionarias. La revolución cubana fue en sus comienzos una inspiración para todos aquellos que luchaban contra los dictadores que asolaban el continente, como los Trujillo, Somoza o Stroessner, apoyando esas luchas a pesar de las penurias que sufrían los cubanos. También constituyó un apoyo para gobiernos democráticos como el de Salvador Allende en Chile, al que Fidel Castro acompañó con su presencia antes de su trágico final a manos de Pinochet. No toda la izquierda compartía la conveniencia de la lucha armada en Latinoamérica: la mayoría de los partidos comunistas dirigidos por Moscú se oponían, tildando de aventureros a sus partidarios y varias de esas organizaciones se dividieron, surgiendo fracciones más izquierdistas y combativas. En Cuba la actividad revolucionaria fue obra del Movimiento 26 de Julio, organización con un programa democrático, sumándose el Partido Comunista cuando estaba cercana la caída del dictador Batista. Pero el proceso se alimentó desde diversas fuentes. Desde sectores de la izquierda, desde movimientos populistas como el peronismo argentino o el aprismo peruano, y desde sectores afines a la teología de la liberación, surgieron grupos combativos que contribuyeron a difundir la experiencia de la lucha armada. Algunos como el Frente Farabundo Martí de Liberación Nacional de El Salvador, el Frente Sandinista de Liberación Nacional de Nicaragua, la Unión Nacional Revolucionaria de Guatemala, el Ejército de Liberación Nacional de Colombia, los Tupamaros de Uruguay o el Ejército Revolucionario del Pueblo de Argentina, alcanzaron una importante dimensión política y militar, además de muchas otras organizaciones que actuaron en casi todo el continente.

El intento fracasado en 1961 de invasión a Cuba, efectuado por disidentes cubanos, armados y apoyados por Estados Unidos y el férreo bloqueo que durante 40 años impuso la potencia del norte a la isla, forjaron la imagen del pequeño país acosado por el gigantesco vecino.
La muerte de Fidel Castro cierra un capítulo esencial de la historia reciente del hemisferio. Desaparece así una utopía que ya había concluido tiempo atrás. Difícilmente se encuentra una personalidad más controvertida como la suya en esta parte del mundo. Considerado por algunos como el latinoamericano más importante del siglo XX, en especial por su lucha antiimperialista, pero para otros, como un “dictador brutal”. No será fácil encontrar un consenso sobre lo que representó su figura.
A su favor está el haber dado dignidad a un pueblo y unos gobiernos acostumbrados a obedecer los designios del vecino del norte desde el momento mismo de su independencia. Dejó unos indicadores sociales en el campo de la salud, la educación y la investigación científica que son reconocidos por propios y extraños como parte de los grandes avances logrados por la Revolución. Entendió, muy tarde, que la lucha armada no era el camino para solucionar los problemas que aquejan a los países latinoamericanos. En la balanza de los hechos negativos sobresalen la forma dictatorial y el desdén por la democracia con los cuales gobernó al país durante 48 años sin permitir la más mínima disidencia. Su lema “Con la Revolución, todo; contra la Revolución, nada” llenó las cárceles de opositores políticos y alentó la violación de los derechos humanos, entre otras cosas con la persecución a los intelectuales y a los homosexuales. Ordenó el fusilamiento del general Arnaldo Ochoa, héroe de la guerra en Angola, a quien se le levantaron cargos por narcotráfico y corrupción. Detrás estaba el motivo real de ser uno de los promotores de la Perestroika ante la inminente caída de la ex Unión Soviética. Al final, unos años atrás, reconoció que el modelo basado en el centralismo excesivo, el Estado paternalista y el intervencionismo oficial “no nos sirve ni a nosotros”.
“El Caballo”, como se le conoció en la isla por su vitalidad y empuje, murió, paradójicamente, sin que el exilio cubano estuviera preparado para ello. Durante 55 años esperaron y se anticiparon a su fallecimiento, pensando más con el deseo, que con las realidades de lo que ocurría en la isla y la salud del líder de la Revolución. De hecho, Fidel sobrevivió no sólo a la invasión de bahía de Cochinos y a la crisis de los misiles, en los momentos más álgidos de la Guerra Fría, sino a un sinnúmero de atentados en su contra por parte de 11 administraciones estadounidenses. Todo lo anterior le confirió un halo de inmortalidad que lo convirtió en un mito viviente.

No hay peor cosa que reducir la historia al nombre de un hombre. Pero hay algo mucho peor: desconocer la sublimación que hacen los pueblos de quienes traducen sus dolores e ilusiones. Fidel Castro condensa una porción de la historia latinoamericana y mundial difícil de ignorar en un tiempo que cree que el siglo XX solo dejó cosas terribles. Lo cierto es que Fidel encarna el último esplendor del siglo XX con todas sus noblezas y objeciones.

@salvadorcosio1
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Periodista, resignado Atlista, enamorado de mi ciudad y de mi Estado. De L a V en punto de las 7am al aire @1070noticias http://bit.ly/oYJFU2