Rubia, pálida, con las mejillas encarnadas, los labios muy rojos, cejas arqueadas y negras y nada de vello en el cuerpo.
Este era el ideal femenino de belleza medieval, que las mujeres trataban de alcanzar a través de prácticas como la depilación con ayuda de tiras de tela impregnadas de resina.
Eran habituales los ungüentos para mantener la tersura de los senos o los tintes para el cabello, además de cremas de vidrio molido y perfumes de azufre.