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Charlize Theron: “Si no me pagan lo mismo que a un hombre no acepto el papel”

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reina de la transformación, y ¿en persona? Cuando estás en la misma habitación, Charlize Theron hace volar la imaginación de su interlocutor, que se remonta 60 años atrás, a la época dorada de Hollywood. Su imagen, lo aseguramos, no cabe en la retina, porque la sudafricana es «demasiado»: muy rubia, muy alta (177 cm), muy esbelta, muy guapa, muy diosa. La actriz de 41 años tiene el porte de Lauren Bacall y Rita Hayworth.

«En una palabra, Charlize es despampanante», resumían el pasado mayo los asistentes a la reapertura de la Colle Noire, el castillo al sur de Francia donde residió Christian Dior y que ha sido reformado por la firma parisina. Theron, imagen del perfume J’Adore desde 2004, recorrió la mansión de Montauroux con el cabello recogido en un pulcro moño y un vestido de Dior de aire clásico, anclado en el presente. El traje era la reinterpretación de una pieza entallada de la colección primavera-verano de alta costura de 2016; pero en lugar de llevarlo sobre un top de pedrería, la intérprete prefirió superponerlo a uno de encaje negro de chantilly.

Los andares, la mirada penetrante y su puntualidad –no abundan las estrellas empeñadas en serlo– la colocan en otro plano. Y ella tampoco se esfuerza en romper el hechizo. Durante el evento casi no se mezcla con los periodistas. Apuesta por la compañía de Claude Martinez, CEO de Perfumes Dior; Bernard Arnault, el dueño de LVMH –el conglomerado de lujo al que pertenece Dior–; y otros invitados vip. A ratos, su lenguaje corporal se confunde con el de un mandatario: firme, egregia, lejana. En sus gestos se lee la disciplina del ballet, que estudió desde los seis años. Theron ejerció como bailarina profesional hasta los 19 años, cuando empezaron a fallarle las rodillas. Pero una pirueta –ganar un concurso de moda internacional con 16 años– la convirtió en modelo (apareció en una campaña de Guess Jeans en 1992) y ejerció la profesión, nos dice, «para costearse los estudios de baile». Otro giro –un cazatalentos la descubrió mientras intentaba cobrar un cheque en un banco por uno de sus trabajos como maniquí–, la llevó a estrenarse en el cine con 20 años en un papel muy secundario (ni hablaba): Los chicos del maíz 2. A la sudafricana le tocó sudar lo suyo. En los castings su acento no encajaba. Hoy, alardea de una pronunciación perfecta, de una dicción límpida. Y eso a pesar de que su idioma materno no es el inglés, sino el afrikáans. Recuerda que su físico y su belleza tampoco cuadraban; en cada audición debía esforzarse para que la vieran como «algo más que una maniquí».

Reinar en Hollywood

Más de dos décadas después de aquellos inicios, Charlize gobierna en la meca del cine, confirmada como una de las actrices mejor pagadas –16,5 millones de dólares al año (14,6 millones de euros), según la revista Forbes–. Desde ese trono no suele otorgar entrevistas (lo hace con cuentagotas), como sucedió en la Colle Noire. Aunque sí se sentó a cenar. Y son ciertos los rumores: es de buen comer.

«Me sentí muy afortunada en la inauguración. Conocí a los vecinos del modisto y a varios empleados, como Lucienne [Rostanio], una señora de casi 90 años que cuidaba las rosas del jardín, que me contó varias anécdotas sobre el diseñador», nos explica un par de meses después del evento, por teléfono y en exclusiva desde Los Ángeles. «Me quedé atónita. Sabía que sería una experiencia única, pero calculé mal porque me quedé corta. ¿Cómo no sentirse sobrecogida en un castillo de ensueño? No creo en lo esotérico, pero lo confieso: esa velada fue mágica. Pude sentir una energía especial en el ambiente, me hizo sentir feliz». Y eso que no las llevaba todas consigo. El evento coincidió con el Festival de Cannes.

Una de las películas que concursaban era The Last Face, dirigida por Sean Penn, su pareja desde diciembre de 2013 hasta junio del año pasado. El rumor era que Charlize no acudiría a la cita. Pero al final sí lo hizo y se dejó fotografiar besando en la mejilla a su ex. La cinta, por cierto, no cayó en gracia. Fue tachada de pomposa, superficial y hasta de racista. «Mi profesión tiene grandes ventajas. Una de ellas es poder acceder a eventos exclusivos y estar sobre la alfombra roja».

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